Beatriz Janin, nacida en Buenos Aires, maestra, psicóloga y psicoanalista es suficientemente conocida por su labor como docente y articulista. Su último libro:Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños. Hemos tenido ocasión de entrevistarla en Barcelona, donde ha acudido invitada por la Escola de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes e impartió una conferencia organizada por Espai Freud (La Casa de la Paraula).

BEATRIZ JANIN, PSICOANALISTA: “EN ESTA ÉPOCA DE URGENCIAS, LOS TRATAMIENTOS COGNITIVO CONDUCTUALES Y LA MEDICACIÓN APARECEN COMO PANACEAS: ACALLAMOS EL SÍNTOMA, ESE NIÑO DEJA DE MOLESTAR, Y TODO ES FANTÁSTICO.”

¿Dentro de la tradición del psicoanálisis, en Argentina que influencias tuvo?

Fueron diversas, me formé con gente de línea freudiana, básicamente con gente que rompió con instituciones psicoanalíticas. Yo me recibí en 1971, empecé a estudiar con gente de Plataforma y Documento en 1971. La primera persona con la que trabajé en el hospital y con quien supervisé fue con Maria Luisa Siquier quien más tarde vino a Barcelona. Luego supervisé con Luis María Esmerado que también vino acá. Era gente que rompía con la APA: Rafael Paz, por ejemplo. Se formó el Centro de Docencia y Formación de la Coordinadora de Trabajadores de Salud mental, que se cerró cuando empezó la dictadura. Mi formación es básicamente freudiana tomando todas las líneas postfreudianas que a mi entender no entran en contradicción con la línea de Freud: Aulagnier, Winnicott, Green…, pero también Kaës. En la facultad la formación era completamente kleiniana, pero en los años 70 la línea francesa, sobre todo Laplanche, empieza a tener mucho peso. Esto se notaba claramente en el trabajo con adultos pero yo me preguntaba por qué con niños se seguía trabajando desde la teoría kleiniana. Empecé a leer sobre el tema, a interrogarme desde la clínica y a partir de las ideas que iba pensando comencé a escribir artículos. El primero fue sobre el abordaje psicoanalítico con niños en su relación con la teoría freudiana de constitución del psiquisimo, en 1981. Más tarde pude dialogar con diversos analistas, como Silvia Bleichmar, por ejemplo, que ha hecho desarrollos muy interesantes. Silvia Bleichmar fue la discípula más importante de Laplanche en Buenos Aires. Fuimos puliendo e intercambiando con alumnos y otros colegas ideas sobre la psicopatología infantil y la clínica con niños. O si se quiere el cómo trabajar en la clínica de niños y como pensar la psicopatología. Esos serían los dos ejes de trabajo que hace años que desarrollo. En 1981 presenté un trabajo sobre estructuración psíquica (tomando los desarrollos freudianos) y el trabajo psicoanalítico con niños, otorgándole mucha importancia al trabajo con los padres.

A España hace ocho años que vengo y cuatro a Barcelona. Y he sido convocada en diferentes lugares de España. Una de las cuestiones importantes que intento transmitir es una mirada sobre la infancia no patologizadora y que tome en consideración sus tiempos. Esto lo planteé siempre pero en otra época no había que defenderlo tanto. Ahora, con el aluvión de tratamientos cognitivistas y el lugar que se le da al DSM es mucho más necesario

¿Qué la impulsó a dedicarse a la infancia?

Siempre me conmovió el sufrimiento de los niños y he trabajado desde los catorce años con niños. Por ejemplo, cuando estaba en lo que en España sería el instituto, los sábados iba a una biblioteca y hacía recreación con niños, porque yo estudiaba magisterio. Pero siempre he pensado que la infancia no es la época idealizada que suponen los adultos, sino que hay dificultades y sufrimientos. Como se supone que a los niños todos les va bárbaro, al final no se les tiene en cuenta. Creo que cuando comencé la carrera tuve una situación particular porque me había recibido de maestra y estaba convencida de que para ser una buena maestra tenía que saber psicología. Cuando entré en la facultad, muy jovencita, apenas entré me encontré con la teoría psicoanalítica y eso me abrió un mundo. Con adultos me parece que la articulación teoría-clínica está muy desarrollada, pero con niños hay mucho para decir y para investigar.

¿Y ese interés por el sufrimiento infantil de dónde cree que proviene?

De adolescente me interesó ver qué pasaba con los niños más pequeños. Ni siquiera puedo decir que yo haya tenido una historia infantil difícil. Sí tengo registrado que he
sufrido por cosas no muy graves ni muy serias, pero que a uno le pueden hacer sufrir. Tengo esos recuerdos y la sensación de que tenía cierta conciencia de que a niños amigos les pasaban cosas. Y desde la adolescencia tengo muy claro que me apetecía trabajar con niños, por ejemplo, en verano como maestra ayudante en colonias de vacaciones y me daba cuenta de que a los niños pequeñitos les podían pasar cosas

¿Cuando empezó a analizarse?

A los 18 años por angustias propias y no por la carrera. Yo entre en la facultad con 17 años porque había dado un primer curso libre; como sabía leer y escribir entré directamente en segundo. Apenas entré en la universidad descubrí el psicoanálisis porque en Buenos Aires la carrera es muy psicoanalítica y como trabajaba de maestra-jardinera me pagué mi análisis. Y fueron muchos años en análisis

Durante la dictadura, ¿notó algún cambio en la manera de manifestarse de los pacientes, o de los síntomas?

Hubo varios momentos en mi país en los cuales pasaron cosas distintas. Durante la dictadura fue bastante complejo. Nadie podía hablar libremente y el análisis era entonces un lugar diferente, pero en el que también todos se cuidaban de dar datos, de contar algunas cosas…

¿Por qué se quedó?

Creo que me quedé fundamentalmente por una decisión propia, creo que solo me hubiera ido si no hubiera habido más remedio, si hubiera supuesto que corría peligro de muerte. Supuse que no y me quedé en parte porque tenía un hijo recién nacido y en parte porque tenía a mi familia y mis amigos. Si lo pienso ahora corrí riesgos, en aquel momento tenía cierta inconsciencia. Nos organizamos en la Asociación de psicólogos de Buenos Aires, en el 78 desapareció la presidenta y fue secuestrado el secretario general y lo que hicimos fue atrincherarnos allí y decir: tenemos que sostener esa institución cueste lo que cueste. Y de repente había que dictar cursos, había que dar supervisiones gratuitas o casi gratuitas, y había que estudiar. Había mucho movimiento, armamos una escuela de postgrado y discutíamos la teoría psicoanalítica, posiciones filosóficas, antropología y lo que estaba pasando en el país. Y lo que estaba pasando con los niños fue que hubo un momento en esa sociedad con muchos puntos de silencio y eso trae consecuencias en la constitución psíquica. Temores, pesadillas, inhibiciones, predominaban. Por un lado, estaba la gente que no se quería enterar de lo que pasaba y que hacían lo que Primo Levi relata cuando habla de los alemanes, que no era que no sabían sobre el holocausto, sino que hacían el esfuerzo de no saber; y por otra parte estaban los niños de familias que tenían miembros desaparecidos o estaban perseguidos a los que se les decía en casa: “no lo digas en la escuela”. No se trataba sólo de los niños, sino que era una cuestión general. A partir de 1979 hubo gente que empezó a trabajar en distintos lugares e instancias de manera cuasi clandestina para hacer tratamientos con hijos de desaparecidos. Fue entonces cuando un grupo de psicólogos, todos muy jóvenes, que trabajaban ligados a un pediatra que había conseguido el apoyo de un cura que dejaba que en su Iglesia se hicieran tratamientos, me pidieron que les supervisara, lo cual me dio ocasión de hacer el seguimientos de niños que vivían con los tíos o con las abuelas pero cuyos padres habían desaparecido. Eran tratamientos muy difíciles, entre otras cosas porque los niños estaban enojados con sus padres porque se sentían abandonados por ellos, y a la vez tampoco podían decirlo en la escuela, no podían decir lo que pasaba. Fue un momento muy particular porque una se encontraba con que los niños estaban en un momento muy complicado. Además, desde la lógica infantil, si a los padres les había pasado algo, ellos podían sentirse culpables, porque si la figura de la desaparición no podía ser comprendida por los adultos, era aún más difícil para un niño. Después, a partir de 1983, del retorno de la democracia, siempre dije que los juicios a la Junta Militar fueron casi un acto terapéutico para toda la sociedad, pero sobre todo para los niños y los adolescentes. Y pienso lo mismo sobre los juicios que se están haciendo ahora. Creo que es un acto terapéutico en relación a toda la sociedad. Que se pueda hablar, que salgan a la luz muchas cuestiones, que se puedan hacer ciertos duelos, porque por ejemplo, hay gente que no ha podido enterrar a sus muertos porque no se sabe ni donde están: si fueron tirados de un avión o están enterrados en el rio. Ahora, lo que está pasando es que se están haciendo no sólo juicios, sino actos: por ejemplo, puestas de baldosas en la calle donde alguien vivió y eso es como un ritual que da un lugar, algo del entierro que permite un tipo de duelo distinto. Porque los niños de padres desaparecidos estaban, insisto, en una situación de riesgo. Uno cobijaba amigos en su casa (lo digo de forma impersonal) y uno tenía un bebe y esos amigos también tenían niños pequeños; a esos niños no se les explicaba lo que estaba pasando, Y ese silencio, esa necesidad de silencio era frecuente con los niños pequeños porque sabías que no iban a callar. Había un ocultamiento y ese niño percibía un mundo de tensión, de silencio y los niños lloraban, sufrían. Y por otro lado estaba la gente que pensaba que no les podía pasar nada porque no tenían nada que ver ni colaboraban en nada, la gente que dice “en mi casa no se hablaba del tema, no teníamos nada que ver”, esa gente tuvo que hacer un esfuerzo de denegación brutal y eso también tiene efectos.

¿La preocupación era que los niños se lo dijeran a los maestros?

A cualquiera, como en cualquier sociedad donde hay miedo y no se sabe quién puede denunciar a otro.

Pero cualquiera acaba siendo gente concreta.

A ver, muchos maestros debían estar en la misma situación, muchos compañeritos debían estar en la misma situación. Pero ¿quién lo sabía? Como en esas sociedades en régimen de terror. Además, lo mejor era que nadie supiera demasiado, para que si alguien era detenido no tuviera mucho que contar

Pero también había unos que capturaban

Si, estaban todas las fuerzas de seguridad: el ejército, la marina, la aeronáutica y todas las fuerzas policiales y podía haber delatores como en todas esas situaciones, en la Alemania nazi o durante la guerra civil o el franquismo. Son situaciones complejas donde yo creo que siempre se tienen que pensar las constituciones subjetivas ligadas a hechos históricos. Lo habitual es que uno se va constituyendo en relación a ciertas cuestiones de la época y si retomamos a Kaës y la gente que trabaja lo transgeneracional, podemos decir que los niños de hoy siguen sufriendo efectos de la dictadura porque se les ha transmitido silencio o en el mejor de los casos historias, pero historias plagadas de terror. Y que se pueda hacer una tramitación colectiva es fundamental.

Teniendo en cuenta lo que comenta sobre eso que se transmite más allá de las generaciones, toquemos otro tema aparentemente lejano: el debate psicoanálisis/genética. En su libro señala en un momento a los maestros como que también están metidos en la cuestión de la prisa. Mi pregunta es hasta qué punto esos maestros que también pertenecen a una época participan voluntariamente o no en el debate medicación sí o no.

Creo que esto pasa en Argentina, en España, en Chile, en Italia… En U.S.A. ocurre aún más que en otros países, pero es general. Estamos ante un problema serio porque hay una cuestión que engloba a los maestros y es el tema de la urgencia en general. Vivimos en una sociedad en la que se supone que hay mucha exigencia y todo tiene que ser rápido. Entonces los maestros se sienten presionados por la escuela, por las autoridades y por los padres a que los niños aprendan mucho y rápido, a cumplir los programas, a que todos los niños hagan lo mismo y rindan de la misma manera. Y sienten que cuando un niño presenta ciertas dificultades o funciona de un modo distinto al esperado, eso tiene que ser acallado y modificado para cambiarlo casi con urgencia. Es un problema serio porque me parece que no se da el tiempo ni la consideración de que los niños pueden ir con ritmos distintos, que cada uno aprende en su momento. No todos los niños se comportan de la misma manera ni tienen el mismo tiempo para estar sentados. Pero, que haya diferencias no implica patologías. En esta época de urgencias los tratamientos cognitivos conductuales y la medicación aparecen como panaceas: acallamos el síntoma, ese niño deja de molestar, y todo es fantástico. En ese sentido padres, maestros y la sociedad en su conjunto tienden a ir del mismo lado, porque lo otro es hacerse preguntas: ¿porque los niños no atienden en clase…? y eso nos llevaría a cuestionarnos no solo lo que hace la escuela, sino la educación que propone la sociedad en general, qué niños estamos formando y después qué les exigimos. Facilitamos que los niños de hoy se muevan mucho y pedimos tiempos cortos de atención. Lo que hacemos lleva a eso.

Uno esperaría que la escuela fuera un lugar donde hubiera tiempo para reflexionar, para pensar, como en otros tiempos. Pero se exige eso a los niños y a la vez se intenta correr con el programa y cuando al niño le pasa algo no se le otorga el tiempo para pensar, no hay
preguntas. Los niños están sujetos desde pequeños a estímulos muy fuertes, intensos y rápidos. Es la época del video-clip, y por otra parte tienen una maestra que les habla y que a lo sumo les escribe en el pizarrón. Es decir, hay una lógica diferente entre aquello a lo que el niño está acostumbrado y la escuela. Lo que habría que hacer es recuperar un tiempo de relatos, de cuentos para que el niño se pueda concentrar en ese otro tipo de estímulo, cuestión muy valiosa porque implica un tipo de razonamiento diferente a la inmediatez de lo visual. Se podría revalorizar la palabra. También, se debería valorar que un niño pueda tener un espacio de contención, cosa que habitualmente no sucede. En relación a las infancias actuales, deberíamos pensar en introducir nosotros el tema del tiempo pensando que un niño es un sujeto en conformación, que está con tiempos de cambio y que hay que darle tiempo para el cambio. Pero hoy en día todo el mundo corre, y a la vez como la escuela sigue siendo igual desde hace muchos años, se produce un desfasaje. Uno de los temas difíciles y complejos que aparecen con las medicalizaciones consiste en suponer que todos los niños tienen que funcionar igual y que a todos los niños que no atienden y se mueven mucho les pasa lo mismo, borrando las individualidades cuando, en realidad, a cada uno le puede pasar por motivos diferentes. Si les pasa a muchos es porque hay una sociedad que los lanza a una suerte de actuación permanente, a un constante “no pienses sino haz”. Eso se les transmite a los niños y cuando hacen, cuando actúan están respondiendo entre otras cosas a mandatos sociales.

Se les propone “goza ya” porque la adultez es un desastre. “Cuando seas grande ya vas a sufrir, entonces, goza ya”, pero a la vez tienes que aprender montones de cosas inmediatamente para sobrevivir en el futuro. Todo eso también se lo transmitimos, entonces son cuestiones muy contradictorias en las que el niño queda como perdido en una situación que termina siendo angustiante y muchas veces los niños manifiestan la angustia con el movimiento porque no pueden sentarse a decir “yo estoy angustiado”.

En el libro habla de Juanito como exhibicionista, voyerista, homosexual y sádico…

¿Dónde? (rie)

Vamos a ver qué digo. Quería decir que se podía pensar que Juanito… pero casi de manera irónica, justamente diferenciando rasgos propios de un momento de la vida de “ser” una patología.

Hay un punto irónico, pero no sólo irónico

Claro, pero lo planteo en términos de la sexualidad infantil, por eso digo voyerista, exhibicionista… En realidad planteando la cuestión de que Juanito muestra todas las facetas de la sexualidad infantil donde seguro que todo el mundo tiene una veta homosexual, sádica, voyerista, pero no porque él sea un exhibicionista, un voyerista.

¿Hoy en día atiende casos dónde aparecen esas características?

En general los niños de hoy son bastante diferentes a Juanito, pero en general, los niños pequeños siguen siendo voyeristas, exhibicionistas, sádicos seguro. Lo terrible sería tomar eso como una patología. Si un niño maltrata a una niña, cosa frecuente en los niños, considerarlo un acto de maldad sería terrible. Uno puede hablar allí de cierto goce sádico infantil, pero no poniendo el mote de: “eso es malo”. Los niños de hoy siguen planteando ese tipo de cuestiones, la diferencia fundamental es que los niños que Freud veía en una sociedad como la victoriana tenían el peso de la represión de la sexualidad; lo que había era un monto importante de represión que llevaba a que los niños hicieran síntomas más neuróticos; hoy en día los niño son fundamentalmente lanzados a la acción. Quedan como muy sacudidos, hay pocos reparos en los adultos en el vínculo con los niños y los niños reciben masivamente funcionamientos, angustias de los adultos que son pasadas muy directamente a los niños que, en ese hazlo ya, son lanzados a tener que actuar, sin contención del medio. Esto me preocupa porque me parece no es que sea mejor o peor que antes sino que hay diferencias en la presentación de las dificultades. Muchas veces nos encontramos con niños que se aterrorizan frente a los otros, no frente a un objeto o a un animal; que tienen terror a los otros humanos y más que mostrar ese temor sienten que tienen que poderlo todo. Se sobreponen al terror pero entran a la escuela a golpes, entonces golpean a los niños o se enfrentan a los maestros para sostener una cuestión de omnipotencia lógica en la infancia, pero sostenida por los adultos. Esto sucede más en los últimos años. Y se agrava en situaciones de crisis. Creo que cuando los adultos sentimos que estamos mal, otorgamos a los niños funciones de pares. Hoy en día es muy frecuente el padre que consulta porque no puede más, no sabe qué hacer con sus hijos. Niños de cuatro o cinco años a los que se les ha otorgado un lugar en el que ya es muy difícil frenarlos, pero porque se les ha dado ese lugar. El niño de antes venia aterrorizado por los padres, el de ahora aterroriza a los padres y él mismo esta aterrorizado. Son efectos de la actuación de lo pulsional.

Y hay un cambio no solo en la paternidad sino en todo el funcionamiento social. Hay una idea diferente de niño, de adulto y hay muchos adultos que están como caídos. Eso no quiere decir, y quiero destacarlo, que hay que volver a las épocas de antes, primero porque no se vuelve y segundo que tampoco era ideal. El autoritarismo es pésimo, pero creo que habría que crear nuevos modos en los que se instaure la diferencia niño adulto y creo que la diferencia tiene que circular vía protección. No la idea de que el adulto tiene la fuerza y la autoridad sino que el adulto puede ejercer la autoridad porque es el que protege, el que puede garantizarle el futuro.

¿Y las diferencias entre niño y niña?

Hay una diferencia y es que a pesar de todos esos cambios muchas niñas quedan muy sujetas a lo que pasó siempre: a la búsqueda del amor. Entonces entran en la escuela y esperan el amor de la maestra como algo fundamental con lo cual se adaptan más a la institución escolar mientras que los varones pueden sentir que quedan pasivizados por la situación escolar. Entonces todo el funcionamiento pulsional se juega en la escuela. Es difícil que los varones ahora y antes estén muy preocupados por el amor de la maestra, muchas veces están más preocupados por la valorización de los compañeros. Las niñas suelen tener una actitud distinta pero en la casa también son muy impulsivas o intentan dominar la situación

¿Protección de qué?

En el sentido de respaldo. Que el niño sienta que cuenta par uno, que el adulto se sienta suficientemente seguro como para señalar un camino aunque luego el niño emprenda otro. Es más fácil oponerse a algo si el otro propone algo que si se está en una suerte de nebulosa donde el otro no marca ningún camino posible. La protección es que el adulto se haga responsable, se haga cargo. Si el niño siente que el adulto le puede ayudar le respetará con más facilidad y podrá escucharlo. Para eso tiene que sentirse escuchado.

¿Cuál sería la función del analista en este planteamiento? ¿Sería válido en un niño psicótico o autista?

Con un niño psicótico o autista voy a tener que trabajar sobre momentos mucho más tempranos. Con un autista me parece básico que allí aparezca alguien, que aparezca un sujeto que se pueda conectar con uno y a partir de allí con el mundo, no transformarlo en un robot sino que pueda aparecer un sujeto. Con todo niño autista hay un momento en el que la conexión es posible.

Y con un niño psicótico muchas veces que pueda representarse la presencia y la ausencia del otro sin sentir que se desgarra cuando se separa del otro porque el niño psicótico se envuelve figuradamente en el cuerpo de la madre y en el cuerpo del analista. Entonces se puede ir procesando este tipo de situaciones para establecer mediaciones al funcionamiento pulsional. Este tipo de cuestiones me parecen clave: lo que intentamos es que ese niño, que presenta dificultades graves, pueda tener una vida autónoma a partir de ser alguien que puede sostener deseos y no una máquina que repita movimientos.

Entrevista efectuada por Magne Fernández-Marban, para La Casa de la Paraula.

Video interesante sobre la patologización de lo infantil

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