Hagámonos ahora la siguiente pregunta: ¿qué cosa es un grupo?. Ya sabemos, desde la sociología, desde la psicología social y desde el psicoanálisis, que el grupo no es la simple suma de los individuos que lo componen.

El grupo es un entero, un conjunto, un contenedor y, si se quiere, un concepto.

Pero, al mismo tiempo, el grupo es también un hecho, un evento, un fenómeno, una experiencia. Armando Bauleo ha descripto bien esta duplicidad del grupo como concepto, como representación; y como hecho, es decir, como objeto de experiencia.

Efectivamente, podemos hablar de grupo como facultad lógica de agrupar, o sea de representar el mundo de los fenómenos según clases y categorías; y de grupo como percepción, un «percibido» que constituye la base sensorial de la representación.

En este sentido, podemos hablar del grupo concreto, que es el fenómeno en el cual somos; y el grupo abstracto, que es la representación mental o concepto del fenómeno.

En suma, si observamos un grupo como un entero, un conjunto, un sistema, etc., etc., no podemos no ser, al mismo tiempo, parte de ése entero, subconjunto de aquel conjunto, subsistema de ése sistema.

Pero entonces, para permanecer perteneciendo sólo al entero y a la parte, ¿cómo es posible que la parte pueda contener al entero?

Es decir, ¿Cómo puede un observador, que es parte de un grupo, observar, o sea contener, a todo el grupo que lo contiene a él también?

O es un entero, o es una parte: tertium non datum. Si se es parte no se puede ser entero; de lo contrario se viola el principio de identidad y de no contradicción.

Entonces parecería imposible para un individuo ser parte de un grupo y hacerse la representación mediante una observación.

¿Una contradicción insuperable; una paradoja?

Veamos mejor esta paradoja del grupo y del individuo: es evidente que para tener una representación del grupo (una idea) es necesario tener la experiencia (la percepción); de lo contrario habría que admitir que existe un a priori, un esquema grupal de la mente que no necesita de experiencia alguna.

¿Una idea innata?

Pero la experiencia del grupo es, lo dijimos, una percepción y podemos agregar: también una emoción; es decir, el ser/estar en un grupo produce una serie de sensaciones perceptivas pero también emotivas y todo esto va a constituir el registro del grupo, su primitiva representación.

Pero, nuevamente, ¿cómo puede la percepción individual, y por consiguiente parcial, representarse la totalidad?

¿Cómo es posible que se forme en la mente el concepto de grupo sino como el resultado de una percepción sensorial (observación) de un grupo concreto del cual se es parte? Y si así fuese, entonces, el concepto de entero o totalidad procedería de la parte, de la parcialidad.

Pero la parte es parte, justamente, porque no contiene al entero. Esta es la paradoja, o la contradicción que cada uno de nosotros sostiene cuando piensa en el grupo y, en primer lugar, en el propio grupo familiar: yo, aún siendo parte, puedo representarme la totalidad.

Pero la representación, se dijo, es consecuencia de un primitivo registro y esta es una huella impresa en la memoria. Esta huella es el residuo de la sensación y emoción que el ser-en el grupo ha dejado.

Este rastro está contenido en mi individualidad porque yo soy su soporte biológico. Soy, por así decir, la arcilla sobre la cual se imprime la huella; soy el contenedor de un contenido que me contiene como parte.

Soy, hablando como Pierce, el signo que reconduce a un objeto (el grupo) y que reclama una función interpretante, Soy una escritura, diría Derrida, antes de ser palabra.

¿Cómo, entonces, puedo contener una escritura que trasciende mi individualidad?

La única posibilidad es que la multiplicidad esté contenida en la individualidad; es decir, que la multiplicidad sea el esquema a priori de la mente de la cual hemos hablado.

Ello nos lleva a la conclusión de que yo soy muchos y es por esto que puedo representarme un grupo, a pesar de ser una parte de él.

Podemos comprender la paradoja grupal gracias al teorema del «subconjunto de la lógica fuzzy».(trad. aproximada)

El teorema propuesto por Bart Kosco sostiene que la parte contiene la totalidad en cierta medida.

Este teorema nos permite afirmar que puede existir una medida de la capacidad de la parte de representarse al entero.

Así podemos comprender que la matriz o esquema grupal está contenido en el individuo, y es éste esquema el que se activa cuando el individuo es parte de un grupo. Aquí hablamos naturalmente de individualidad biológica.

La mente individual parecería estar contenida en la mente grupal, por esto podemos hablar de dimensión grupal así como hablamos de dimensión individual.

La dimensión grupal convoca la múltiplicidad, la serie, el conjunto infinito: las personas en un aeropuerto internacional.

Estas personas van y vienen, se detienen, cada uno de nosotros puede ser parte de este todo: quienquiera que sea, y de cualquier manera.

Una serie. Esperan en un espacio cualquiera, carente de connotaciones, a excepción de la espera misma. Para combatir el hastío, la mirada se posa sobre los particulares, sobre confines indefinidos, ilimitados. El fondo es como de un único color: el mar cuando se confunde con el cielo.

Cualquier fondo desde el que emergen gestos, expresiones de los rostros, torsiones de los cuerpos y un griterío homogéneo, casi un zumbido, un parlotear en el cual nos encontramos inmersos. La dimensión grupal. A veces un rostro nos hace rememorar a otro, una sonrisa a otra sonrisa, un tono de la voz a otro, una frase es leída casualmente, un gesto evoca un recuerdo que nos trae una imagen que estimula una fantasía en la que aparecen personajes pasados, presentes y futuros, encuentros posibles.

Nos encontramos absortos en pensamientos y emociones fluctuantes, estimulados por la situación en que nos encontramos, en la que otros se encuentran, en la que se encuentra quienquiera atraviese un espacio cualquiera.

Aquel «agrupamiento cualquiera», aquella serie nos provoca una sensación, una emoción que activa el esquema grupal de la mente. La difusión y atenuación de la identidad da cuenta del ingreso en la dimensión grupal.

Este proceso es el inverso que conduce a la singularidad: fuerzas que empujan a la determinación de espacio-tiempo, a la discriminación de roles, se atenuan, y prevalecen las fuerzas de la pluralidad y de la indiscriminación.

Del espacio indeterminado ya hemos dado cuenta; pero tampoco el tiempo está definido; puede ser poco, puede ser mucho. El tiempo no es dado, el espacio no es dado, el mismo rol es indefinido: cualquiera puede ser cualquiera.

Hasta la misma tarea, el objetivo, el porqué se está allí es incierto, indefinido. Se espera que llegue nuestro tiempo cuando una voz determinará el precipitar desde la dimensión grupal en la singularidad individual. Pero entonces, como dice A. Bauleo, el individuo sale del grupo.

Hasta entonces está activa la dimensión grupal de la mente, aunque la conciencia de ser grupo sea apenas percibida.

La multiplicidad es vivida, pero no tiene conciencia de sí misma.

En esta dimensión grupal, ¿se puede aprender?

¿Puede la multiplicidad ser consciente de sí?

Se puede aprender a entrar en la dimensiòn grupal y en esta dimensión es posible un aprendizaje que será, entonces, un aprendizaje de grupo.

Está claro que el aprendizaje de grupo produce una conciencia múltiple.

Para que este proceso pueda ocurrir es necesario aprender que existe una modalidad para introducirse en la dimensión grupal.

La sala de espera, la fila del ómnibus de la que habla Sartre, son situaciones grupales en las cuales la conciencia de ser grupo se encuentra a un nivel mínimo; existe casi exclusivamente la percepción y la emoción.

El aprendizaje del grupo es inicialmente el aprendizaje de un marco que puede delimitar, no ya a un tiempo indeterminado y un espacio cualquiera sino a un tiempo dado y a un espacio dado.

El rol mismo no será ya indiscriminado; no existe más un «quienquiera», que podría ser cualquiera, sino un coordinador, integrantes, eventualmente un observador.

Se instaura una asimetría.

Pero el elemento fundante, el catalizador del aprendizaje del grupo es la tarea; cada grupo se organiza alrededor de una tarea, una finalidad. Aún en el grupo indiscriminado encontramos una tarea común: la espera.

La importancia otorgada a este elemento es lo que caracteriza la concepción operativa de grupo.

Estos elementos: espacio, tiempo, rol, tarea o tareas constituyen el marco que nos permite recortar el ingreso en la dimensión grupal.

Este marco delimita un campo en el que se producen eventos que pertenecen al proceso del grupo.

El aprendizaje genera una mutua representación interna según la definición de Pichòn Rivière; esta representación es el esquema grupal y es directamente un esquema operativo, es decir, una modalidad con la que el grupo afronta la tarea. Se trata de reconocimientos recíprocos de miradas, de redes constituidas por la adjudicación y asunción de roles.

En definitiva, de una trama de vínculos que se organizan alrededor de la tarea del grupo.

La valencia de los integrantes permite la estructuración de los vínculos según una forma molecular. La estructura dinámica del grupo es la resultante de estas valencias, es la forma que asume el esquema conceptual referencial operativo.

Esta forma es abierta y dinámica y sufre continuas modificaciones; aunque, sin embargo, posee una estabilidad estructural propia. Esta forma es el producto del aprendizaje en el grupo y del grupo.

El concepto de valencia ha sido introducido por W. Bion y nos permite observar las capacidades de organización de los vínculos: baja valencia, alta valencia, etc., caracterizan a grupos distintos y a diversas situaciones grupales.

A medida que procede el trabajo del grupo, se consolida la mutua representación interna, y también el aprendizaje procede según una modalidad de deconstrucción de los objetos: el grupo se apropia, devora los materiales que quiere conocer, se alimenta de la información que es introducida.

Pero junto a este momento deconstructivo existe otro momento productivo en el cual el grupo reconstruye los objetos siguiendo una lógica propia que es fruto del aprendizaje.

En esta fase el objeto, precedentemente destruido y desmembrado, es nuevamente construido; pero es otro objeto en el que se pueden reconocer los componentes del viejo que son ahora utilizados como materiales para una nueva realidad que es la realidad producida por el grupo en su proceso de aprendizaje.

Existen obstáculos que el grupo afronta en este camino que no resulta dado de una vez y para siempre, que no es un camino lineal sino un continuo ir y venir en el que la alimentación y la producción no son secuenciales sino paralelos. Los objetos son deconstruidos y construidos incesantemente.

Puede ser que una función de coordinación evidencie los obstáculos como afectivos o cognitivos; los obstáculos epistemológicos de los que habla G. Bachelard son resueltos en la concepción operativa de grupo por la adopción de una epistemología convergente, así la ha definido Pichòn Rivière. Es decir, se trata de un método que convierte en operativas a las demás disciplinas en el afrontar la convergencia sobre una tarea común. Método brillante para construir los equipos multidisciplinarios que trabajan sobre nuevos casos, sobre nuevos objetos de conocimiento.

La concepción operativa de grupo es entonces un método de cambio de la realidad conforme a la máxima materialista-dialéctica según la cual, para conocer la realidad se requiere transformarla.

Leonardo Montecchi (Traducción de Horacio Sheenan)