Cierto día, en un pueblo, un hombre se volvió loco. Era una tarde calurosa y el hombre andaba solo por un camino apartado. Andaba con bastante prisa, intentando no asustarse: es posible asustarse cuando hay alguien, pero ¿cómo puede asustarse alguien cuando no hay nadie? Pero nosotros nos asustamos cuando no hay nadie. En realidad, nos tenemos miedo a nosotros mismos, y cuando estamos solos el miedo es todavía mayor. A nadie tememos más que a nosotros mismos. Tenemos menos miedo cuando nos acompaña alguien, y más miedo cuando nos quedamos solos.
Aquel hombre estaba solo. Se asustó y echó a correr. Todo estaba tranquilo y silencioso: era por la tarde; no había nadie. Cuando empezó a correr más deprisa, percibió el sonido de unos pies que corrían detrás de él. Lo invadió el pánico: pensó que alguien lo seguía. Lleno de temor, miró atrás de reojo y vió que lo perseguía una larga sombra. Era su propia sombra; pero, cuando vio que lo perseguía una sombra larga siguió corriendo más deprisa todavía. Aquel hombre no podía detenerse, porque, cuanto más corría, más deprisa corría la sombra tras de él. Por último, el hombre se volvió loco. Pero hay personas que veneran incluso a los locos.
Cuando la gente lo veía pasar corriendo por los pueblos, creían que seguía alguna gran práctica ascética. Jamás se detenía, salvo en la oscuridad de la noche, cuando desaparecía la sombra y él creía que no tenía a nadie detrás. Más tarde, no se detenía siquiera de noche, pues pensaba que a pesar de todo lo que había corrido por el día la sombra lo alcanzaba mientras él descansaba de noche, para perseguirlo de nuevo a la mañana siguiente. De modo que seguía corriendo hasta por la noche.
Al fin se volvió completamente loco; no comía ni bebía. Millares de personas lo veían correr y le arrojaban flores; algunos le entregaban un pedazo de pan o algo de agua. La gente lo veneraba cada vez más; millares de personas le presentaban sus respetos. Pero el hombre estaba cada vez más enloquecido, hasta que, un día, cayó al suelo y murió. Los habitantes del pueblo donde habían muerto cavaron su tumba bajo la sombra de un árbol y pidieron a un viejo faquir del pueblo que grabara en la lápida una inscripción. El faquir escribió una línea en la lápida.
Allí sigue la tumba, en un pueblo, en alguna parte. Es posible que la veáis algún día. Leed la línea. El faquir escribió en la lápida: «Yace aquí un hombre que huyó de su sombra toda su vida; que derrochó toda su vida huyendo de una sombra. Y ese hombre no sabía siquiera tanto como sabe su lápida. Pues la lápida está en la sombra y no corre, así no hace sombra.»
Nosotros corremos también. Podemos asombrarnos de que un hombre huya de su propia sombra; pero también nosotros huimos de sombras. Y aquello de lo que huimos también se pone a perseguirnos. Cuanto más corremos, más deprisa nos sigue, pues es nuestra propia sombra.
La sombra es la guía
Aunque también nos intriga, por lo general tendemos a huir tanto de lo desconocido como de aquello que no nos gusta-¿tal vez porque lo desconocemos?- pero… ¿cómo huir de esa parte olvidada y oculta de nuestra personalidad?;¿ese lugar recóndito, agazapado en nuestro inconsciente que se ha convertido en el rincón en una especie de “saco de desperdicios” donde han ido a parar las sensaciones generadas por las experiencias de rechazo?. Un gran intento por negar los episodios que, por otra parte, fueron tan importante en la vida de uno y que ahora nos avergüenza?. ¿Cómo huir de la propia sombra?.
Según Carl Jung, preferimos ser perfectos que completos, por lo que nos negarnos a reconocer la sombra oscura de nuestro inconsciente; y eso, decía, nos hace más vulnerables porque nos creamos la ilusión de estar permanentemente en la luz, en la verdad.
Este pseudo-posicionamiento nos produce verdaderos conflictos a la hora de percibir la realidad que nos rodea, nos priva de la posibilidad de vivir la vida con mayor plenitud, con mayor autenticidad. Por esa razón Jung consideraba que el ser humano no se podía permitir ignorar la riqueza que habitaba en su inconsciente, y que las personas que dedican el esfuerzo necesario para reconciliarse con su sombra, hasta el punto de reintegrar sus proyecciones, hacen una gran bien a la humanidad.
Pero la sombra no comprende solamente aquella información que deriva de nuestras experiencias de renuncia, -material reprimido por desear agradar a otros-, sino que también contiene los talentos que las personas no han podido desarrollar a causa de factores fuera de su control, que les han desviado del camino del descubrimiento de su potencial. Una razón de peso para que nos aventuremos a explorarla, reconocerla y aceptarla, como una parte importante de nuestro ser. He aquí porque la sombra de nuestro inconsciente también tiene dos caras como las monedas, es imposible contemplar la cara ignorando que detrás esconde la cruz.
La luz que buscamos, no siempre está ahí fuera, más bien al contrario, la luz que encontramos ahí fuera es un reflejo de nuestra propia luz; así cada uno ve la luz en función de la que emite. Quisiéramos permanecer siempre en la parte iluminada (¿positiva?), pero ¿en qué favorecería eso nuestra inquietud por evolucionar y ser mejores?. Sería como vivir cegado por la luz constante. ¿Dónde residiría la diferencia que marca la diferencia que exige cualquier proceso de aprendizaje? ¿Cómo sabríamos hacia dónde avanzamos si tan siquiera podríamos ver la proyección de nuestra sombra que nos indica dónde está el norte,?. Rechazar lo que nos hace sufrir sólo es una huida, no la solución.
Los filósofos siempre han dicho “Conócete a ti mismo” de diferentes maneras, en la actualidad ya sabemos que tú eres el mejor instrumento para construir tu vida, en la vida siempre están la luz y la sombra, y pensar que estás en la luz es tan irreal como pensar lo contrario. Aprender a reconocer cuando estamos posicionados en la sombra, sacarle partido de la situación, hace que los momentos de luz sean más frecuentes y duraderos.
Osho y Jean Monbourquette
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