Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.
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Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.
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Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir…
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Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente ya veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.
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No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo.
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Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien.
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La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.
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Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.
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Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia.
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Cuánto debían detestarse los trogloditas en la oscuridad y la pestilencia de las cavernas. Es normal que los pintores que malvivían en ellas no hayan querido inmortalizar el rostro de sus semejantes y hayan preferido el de los animales.
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«Habiendo renunciado a la santidad…» -¡Pensar que he sido capaz de escribir semejante enormidad! Debo sin embargo tener alguna excusa y espero hallarla aún.
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Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.
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Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.
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Tras una tarde con él quedaba extenuado, pues la necesidad de controlarme, de evitar la menor alusión susceptible de herirle (y todo le hería), me dejaba al final sin fuerzas, insatisfecho tanto de él como de mí mismo. Siempre acababa reprochándome haberle dado la razón en todo por escrúpulos llevados hasta la bajeza, me despreciaba por no haber reacciona- do, por no haber explotado, en lugar de haberme impuesto tan extenuante ejercicio de delicadeza.
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Nunca se dice de un perro o de una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo!
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A medida que perdemos la memoria los elogios que se nos han prodigado se borran, contrariamente a los reproches. y ello es justo: los primeros raramente se merecen, mientras que los segundos nos revelan aspectos de nosotros mismos que ignorábamos.
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Si yo hubiera nacido budista, lo sería aún; pero nací cristiano y dejé de serIo en la adolescencia, en una época en que mucho más que hoy hubiera podido exagerar, de haberla conocido, la blasfemia que Goethe escribió el mismo año de su muerte en una carta a Zelter: «La cruz es la imagen más odiosa que existe bajo el cielo».
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Lo esencial surge con frecuencia al final de las conversaciones. Las grandes verdades se dicen en los vestíbulos.
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Lo caduco en Proust son sus futilidades cargadas de un vértigo prolijo, el regusto a estilo simbolista, la acumulación de efectos, la saturación poética. Es como si Saint-Simon hubiera sufrido la influencia de las Preciosas. Nadie le leería hoy.
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Una carta digna de ese nombre sólo puede escribirse bajo el efecto de la admiración o de la indignación, de la exageración en suma. De ahí que una carta sensata sea una carta inexistente.
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Quien esté considerado por sus amigos como alguien «extraordinario», no debe dar pruebas de lo contrario. Que evite dejar trazas y sobre todo que no escriba, si desea ser algún día para todos lo que fue para algunos solamente.
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Cambiar de idioma, para un escritor, es como escribir una carta de amor con un diccionario.
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«Creo que tú has llegado a detestar tanto lo que piensan los demás como lo que tú mismo piensas», me dijo aquella amiga poco después de vernos tras una larga separación. Más tarde, en el momento de despedirnos, me citó un apólogo chino del que podía deducirse que nada iguala el olvido de sí mismo. Ella, el ser más presente, el más rebosante de «yo» que pueda imaginarse, ¿por qué especie de malentendido preconiza ahora la renuncia hasta el punto de creer que ofrece el ejemplo perfecto?
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Incorrecto hasta lo intolerable, mezquino, desastrado, insolente, sutil, intrigante y calumniador, captaba los menores matices de todo, gritaba feliz ante una exageración o una broma… Todo en él era atrayente y repulsivo. Un canalla al que se echa de menos.
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Nuestra misión es realizar la mentira que encarnamos, lograr no ser más que una ilusión agotada.
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La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza.
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Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres. Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida; mientras que la música pertenece a un orden superior a la vida y, por supuesto, a la muerte.
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Si no poseo el gusto del misterio es porque todo me parece inexplicable, o mejor dicho, porque lo inexplicable es mi único sustento y estoy harto de él.
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X. me reprocha que me comporte como un espectador, que no participe en nada, que lo nuevo me repugne. -«Pero si yo no quiero cambiar nada», le respondo. Sin embargo, no ha comprendido el sentido de mi respuesta: me cree modesto.
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Se ha señalado con razón que la jerga filosófica cambia tan rápidamente como el argot. ¿Las razones? La primera es demasiado artificial, el segundo demasiado vivo. Dos excesos desastrosos.
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Tras quince años de soledad absoluta, San Serafín de Sarow recibía a quienes le visitaban exclamando: «¡Oh, qué alegría!»
¿Quién, que no haya dejado nunca de codearse con sus semejantes, sería lo suficientemente extravagante para saludarles así?
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Es preciso encontrarse en estado de receptividad, es decir, de debilidad física, para que las palabras nos lleguen, penetren en nosotros y comiencen en nuestro interior una especie de carrera.
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Deicida es el insulto más halagador que se le puede dirigir a un Individuo o a un pueblo.
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El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.
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Aquella mujer tenía un perfil de Cleopatra. Siete años después hubiera podido pedir limosna en una esquina. -Experiencia que debiera curarnos en el acto y para siempre de toda idolatría, de todo deseo de buscar lo insondable en unos ojos, en una sonrisa o en una voz.
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Seamos razonables: nadie puede estar completamente de vuelta de todo, y puesto que no existe una decepción universal, tampoco podría existir un conocimiento universal.
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Todo lo que no es desgarrador es superfluo -en música por lo menos.
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Brahms representa, según Nietzsche, die Melancholie des Unvermogens, la melancolía de la impotencia.
Semejante juicio, escrito el mismo año de su crisis, empaña como siempre el esplendor de su hundimiento.
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No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado
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Esos transeúntes idiotizados… -¿Pero cómo hemos podido caer tan bajo? ¿y cómo imaginar un espectáculo así en la Antigüedad, en Atenas por ejemplo? Basta un minuto de lucidez aguda en medio de esos condenados para que todas las ilusiones se derrumben.
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Cuanto más se detesta a los hombres, más maduro se está para Dios, para un diálogo con nadie.
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La fatiga extrema lleva tan lejos como el éxtasis, con la diferencia de que con ella se desciende hasta los límites del conocimiento.
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Igual que la aparición del Crucificado dividió la historia en dos, esta noche acaba de dividir en dos mi vida…
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Todo parece miserable e inútil en cuanto la música enmudece. Se comprende así que pueda ser odiada y se sientan tentaciones de considerar su absoluto como un fraude. Porque cuando se la ama demasiado hay que reaccionar contra ella como sea. Nadie percibió su peligro mejor que Tolstoi, pues sabía que podía dominarlo completamente. De ahí que comenzara a execrarla por miedo de convertirse en juguete suyo.
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La renuncia es la única variedad de acción no envilecedora.
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¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?
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Apreciar solamente el pensamiento indefinido que no llega a la palabra y el pensamiento instantáneo que vive sólo gracias a ella. La divagación y la boutade.
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Un joven alemán me pide en la calle un franco. Converso con él y me cuenta que ha recorrido medio mundo y que ha estado en la India, país del que admira a los mendigos, a quienes se jacta de imitar. Sin embargo, no se pertenece impunemente a una nación didáctica. Le observé pedir: parecía haber recibido cursos de mendicidad.
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La naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie.
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Hay en Heráclito un lado Delfos y un lado manual escolar, una mezcla de ideas fulminantes y de rudimentos; fue un inspirado y un preceptor. Es una lástima que no hiciera abstracción de la ciencia, que no siempre pensara fuera de ella.
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He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo continúa usted respiran- do. -Sí, hago como todo el mundo. Pero…
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iQué juicio sobre los seres vivos si es verdad, como alguien ha sostenido, que lo que perece nunca ha existido!
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Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿ cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo ? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.
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Quedamos siempre anticuados por lo que admiramos. En cuanto citamos a alguien que no sea Homero o Shakespeare, corremos el riesgo de parecer pasados de moda o tocados de la cabeza.
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Como máximo, podemos imaginar a Dios hablando francés. Jamás al Cristo. Sus palabras pierden su encanto y su vigor en una lengua tan inadecuada para lo ingenuo o lo sublime.
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¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por lo malsano.
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¿La rabia proviene de Dios o del Diablo ? -De los dos. ¿Cómo explicar si no que sueñe con galaxias para pulverizarlas y no pueda consolarse de tener únicamente a su alcance este pobre, este miserable planeta?
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¿Para qué nos agitamos tanto? Para volver a ser lo que éramos antes de ser.
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X., que ha fracasado en todo, se lamenta de no haber tenido un destino. -Todo lo contrario, le digo. La serie de tus fracasos es tan notable que parece revelar un designio providencial.
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La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.
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Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?
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Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.
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Cuando supe que era totalmente impermeable a Dostoievsky y a la Música, me negué, a pesar de sus grandes méritos, a conocerlo. Prefiero conversar con un retrasado mental sensible a cualquiera de los dos.
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El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.
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Habiendo vivido día tras día en compañía del Suicidio, sería injusto e ingrato que lo denigrara ahora. ¿Existe algo más sano, más natural ? Lo que no lo es, es el apetito rabioso de existir, tara grave, tara por excelencia, mi tara…
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Emil Magnus Cioran nace en Rasinari, Rumania, en 1911, y muere en París, en 1995. Profesor de la Universidad de Bucarest, es una de las figuras más destacadas de su país, que abandonó en 1937 para establecerse en París. Su pensamiento, incluido en el campo existencialista y presentado por voluntad de su autor en forma fragmentaria y asistemática, es para muchos una incansable reflexión sobre el vacío y la desesperación, aunque para otros, incluido el propio Cioran, constituye una exaltación vital y casi salvaje. Su obra está escrita originalmente en francés, salvo un primer libro en rumano: En las cimas de las desesperación (1934). Obras: Breviario de podredumbre (1949), La tentación de existir (1956), Historia y Utopía (1960), La caída en el tiempo (1964), Del inconveniente de haber nacido (1973), El aciago Demiurgo (1974), Desgarradura (1979), Adiós a la filosofía y otros textos (1982) -textos seleccionados por Fernando Savater-, Contra la Historia (1983), Ensayo sobre el pensamiento reaccionario (1985), y este año Tusquets Editores ha publicado Cuadernos 1957-1972, selección de treinta y cuatro cuadernos manuscritos que dejó Cioran a su muerte, escritos desde el 26 de junio de 1957 hasta finales de 1972.

Cioran tiene la capacidad de adentrarnos en las profundidades del self, detengámos por un momento esta vida vertiginosa que nos rodea y a veces nos domina, para poder escuchar cada uno de estos aforismos, que seguramente nos provocaran algo en nuestro interior. A mayor profundidad en nosotros mismos menos trampas a nuestra esencia…permitamos ser a nuestro ser y que todo fluya sin el velo de la irrealidad.  Gerardo