Como es sabido, el chamán clásico, descubierto y estudiado por primera vez entre los pueblos de Siberia, es un individuo que desempeña distintos roles, que pueden ser políticos, religiosos o mágicos. Como terapeuta, se caracteriza por utilizar técnicas muy específicas de trance controlado que le permiten servirse de estados alterados de conciencia para curar (la palabra chamán significa en las lenguas siberianas “exaltado”). En una acepción estricta, el fenómeno del chamanismo se localiza únicamente dentro de ciertos complejos culturales específicos, y más concretamente en ciertos tipos de sociedades ágrafas. Sin embargo, la categoría de chamán puede ser también entendida en un sentido bastante amplio e incluir a su interior actores culturales muy diversos. En esta acepción, la noción de chamanismo no se refiere a un fenómeno propio de ciertas sociedades sino a una lógica transcultural de la curación, y el chamán podría ser definido como todo tipo de sujeto capaz de curar las enfermedades, y en particular las enfermedades del alma, que se vale de técnicas con una fuerte carga simbólica que están revestidas de una eficacia vinculada a lo sagrado, es decir, vinculadas a la otredad en su sentido más radical. Ya definido, podemos incluir dentro del campo del chamanismo, y como variantes culturales de su lógica, tanto al chamán strictu sensu, como al exorcista, al mago, al brujo, al hechicero, al médico tradicional, al curandero, al gurú, al profeta, al místico, al sacerdote e incluso a ciertos psicólogos y psiquiatras (Lévi-Strauss incluye igualmente al psicoanalista, que le sirve de referencia mayor en sus célebres ensayos sobre el chamanismo).
La antropología ha demostrado que la oposición entre medicina alopática y homeopática, o medicina de los contrarios y medicina de lo semejante, no distingue la concepción de la enfermedad occidental de la no occidental. Por el contrario, las teorías que localizan el origen de la enfermedad tanto en factores patógenos objetivos, naturales o externos al paciente y al médico, como en factores extraempíricos o subjetivos que no son extraños ni al paciente ni al médico, existen en las más diversas culturas, y expresan dos abordajes posibles del problema de la enfermedad en todo tipo de sociedad. En otras palabras, en toda sociedad pueden coexistir dos tipos de concepciones de la enfermedad, la racional-empírica y la personal-sobrenatural. En este sentido, el tratamiento de la enfermedad vía el “espíritu” es una forma posible de tratar con las enfermedades. Una forma que, en el caso del chamanismo, supone la utilización de relaciones de transferencia o sugestión que hacen depender la cura de la identificación entre el paciente y el chamán (Lévi-Strauss precisa que la cura chamanística está a medio camino entre nuestra medicina orgánica y una terapéutica como el psicoanálisis).
La discusión sobre las relaciones entre el chamán tradicional y el psicoanalista tienen como referentes los ensayos que sobre este tema escribió Lévi-Strauss en 1949: “La eficacia simbólica” y “El hechicero y su magia”. En ellos el chamanismo es definido por Lévi-Strauss como un complejo cultural que comprende tres actores que, relacionados entre sí, inciden en la curación: el chamán, el paciente y el conjunto de los integrantes de la sociedad que los incluye. Para el etnólogo francés el chamán es un abreactor profesional, es decir, alguien que al poner en escena los trastornos que originaron su “vocación” de chamán, provoca que su paciente reviva intensamente la situación inicial que provocó su enfermedad a fin de superarla. Al igual que el psicoanalista, que debe pasar por un análisis personal y confrontar su relación a lo inconsciente, “enfermarse” (de la llamada neurosis de transferencia) y curarse de dicha enfermedad a fin de poder desempeñar su actividad y tratar a sus pacientes, el chamán utiliza su “llamado” (la crisis, experiencia sobrenatural o enfermedad que le reveló su condición) para poder curar. Ahora bien, la curación mágica requiere, para ser eficaz, de la creencia del chamán en su técnica, del paciente en la virtud del chamán, y del grupo en el chamanismo. Esta creencia es indispensable ya que el poder del ritual curativo reside, según Lévi-Strauss, en la actividad inconsciente de mecanismos psicológicos capaces de originar por igual trastornos o reajustes psicoafectivos. El chamán requiere ser proclive o haber experimentado ciertos estados psicosomáticos, ya que ello le permite dotar de un sistema de símbolos a los conflictos inconscientes que están en el origen de la enfermedad de su paciente. El chamán traduce los significados difusos de la enfermedad a un lenguaje que permite el desbloqueo y la reorganización del caos que manifiesta el organismo, procurándole su alivio. Lévi-Strauss afirma que el chamanismo opera por la reducción a un orden lógico de fenómenos inexplicables como las enfermedades, expresiones del caos y el desorden, y que dicha restitución lógica es inconsciente en sus mecanismos. La enfermedad provoca que el individuo exprese un trastorno que en su fondo es doble, biológico, por una parte, social por la otra, y la función del chamán estriba en conducir al paciente a su regeneración mediante ritos y mitos que lo resitúan en la estructura social. Así, a través de una manipulación psicológica el chamán resuelve la enfermedad como si se tratara de un conflicto intelectual, y de esta manera disuelve sus síntomas afectivos. Si la cura consiste en “volver pensable una situación dada al comienzo en términos afectivos, y hacer aceptables para el espíritu los dolores que el cuerpo se rehúsa a tolerar” (Lévi-Strauss, 1949b: 173) la función del mito utilizado por el chamán consiste en hacer inteligible y darle sustento a la incoherencia y arbitrariedad de los síntomas de la enfermedad. Lévi-Strauss nos indica que, en el chamanismo, a diferencia de la relación causal entre microbio y enfermedad, exterior al espíritu del paciente, la relación entre mito y enfermedad es interior a su espíritu, y en consecuencia simbólica, puesto que liga un significante a un significado, y traduce a un lenguaje verbal un estado informulable como el de la enfermedad. Para Lévi-Strauss, el principio de la eficacia simbólica del chamán, que provoca una transformación real en el cuerpo o la conducta del paciente a través de representaciones y manipulaciones, puede ser explicada a dos niveles: Por una parte, por la propiedad inductora que poseen, unas con respecto a otras, ciertas estructuras formalmente homólogas, es decir traducibles una a otra, constituidas a diferentes niveles del ser vivo (procesos orgánicos, psiquismo inconsciente, pensamiento reflexivo) y que son puestas en consonancia por la operación del curandero. Por otra parte, por la relación que existe en el complejo chamánico entre pensamiento normal y pensamiento patológico. El primero es aquel que aspira a que la realidad le entregue su sentido, tratando de comprender un mundo cuyas leyes escapan a su dominio; el pensamiento patológico, por el contrario, desborda de interpretaciones y sobrecarga de sentido a la realidad. Así, si el pensamiento normal padece de un déficit de significado, el pensamiento patológico dispone de una sobreabundancia de significante.
Es por esta razón que la colaboración colectiva en la cura es decisiva, pues permite establecer un equilibrio entre estas dos formas de pensamiento. A través de la participación colectiva en la curación de la enfermedad, el universo de efusiones simbólicas (tanto del chamán como del paciente) es integrado en una estructura que concilia en un todo la riqueza afectiva desordenada y la invención individual con la tradición social y el pensamiento normal: “gracias a sus trastornos complementarios, la pareja hechicero-enfermo encarna para el grupo, de manera viva y concreta, un antagonismo que es propio a todo pensamiento, pero cuya expresión normal sigue siendo vaga e imprecisa; el enfermo es pasividad, alienación de sí mismo, como lo informulable es la enfermedad del pensamiento; el hechicero es actividad, desborde de sí mismo, como la afectividad es la nodriza de los símbolos. La cura pone en relación estos polos opuestos, asegura el pasaje de uno a otro y manifiesta, en una experiencia total, la coherencia del universo psíquico, proyección del universo social” (Lévi Strauss, 1949a: 165).
Para Lévi-Strauss la similitud entre chamanismo y psicoanálisis es evidente: ambos tienen como propósito llevar a la conciencia conflictos de carácter inconsciente, que presentan ese estado en razón tanto de su represión por obra de fuerzas psicológicas como de su naturaleza orgánica. Ambos buscan disolver los conflictos y resistencias que causan la enfermedad a través de un conocimiento supuesto, más que real, que provoca una experiencia de reactualización de los conflictos, en un plano que permite su desenvolvimiento y desenlace bajo la forma de una abreacción. Y en ambos casos también, tanto la figura del psicoanalista y el chamán surgen en los conflictos del paciente a través de la transferencia y posibilitan la explicitación de una situación inicial, la enfermedad, que había permanecido no formulada. En función de su interpretación, Lévi-Strauss postula una serie de paralelismos y oposiciones lógicas entre chamanismo y psicoanálisis:
a) Mientras que el chamán en la cura habla y abreacciona “para” el enfermo, haciendo que éste a su vez abreaccione, en el psicoanálisis es el enfermo el que habla y abreacciona “contra” el analista, que sólo lo escucha y cuya abreacción no es concomitante a la de su paciente, sino anterior y parte de su formación profesional previa.
b) Cuando la transferencia se instituye, el enfermo hace hablar al psicoanalista atribuyéndole supuestas intenciones y sentimientos; por el contrario, el chamán habla por su paciente, poniendo en su boca réplicas que corresponden a la interpretación de su estado, un estado con el cual debe identificarse.
c) Mientras que la cura chamánica readapta el grupo a problemas predefinidos que le plantean el enfermo y la enfermedad, el psicoanálisis readapta el enfermo al grupo. En otras palabras, si en el chamanismo la enfermedad se presenta como un desarreglo del universo de significado colectivo, para el psicoanálisis la enfermedad es un desarreglo del universo de significado individual, que no altera ni compromete al conjunto de la sociedad como tal, o en todo caso sólo en la medida en que ésta es troquelada, por decirlo así, a través de la subjetividad.
d) Chamanismo y psicoanálisis buscan provocar una experiencia reconstruyendo un mito que el enfermo debe vivir o revivir. Pero mientras en el psicoanálisis se trata de un mito individual que el enfermo elabora con elementos extraídos de su pasado, en el chamanismo se trata de un mito social que el enfermo recibe del exterior y que no corresponde a vivencias personales.
e) Mientras el neurótico enfrenta su malestar con un mito individual que requiere de una oposición al psicoanalista real, el enfermo chamánico vence su enfermedad identificándose con un chamán míticamente traspuesto e idealizado.
f) Mientras que en el psicoanálisis el médico cumple las operaciones, dirigiéndose a su paciente más allá de la palabra, mediante gestos y significantes que inciden en el inconsciente, permitiéndole al paciente producir su mito, en la cura chamánica el médico proporciona el mito, el discurso y la interpretación, y el paciente cumple con las operaciones.
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