De las memorias de Thomas de Hartman

«En que situación os dejo»…
Gurdjieff llevaba consigo un conocimiento profundizado de los bailes, música y doctrinas dc las religiones iniciáticas orientales, y nada impide pensar que pudiera estar encargado por alguna sociedad secreta, de llevar la buena palabra al Occidente. Es el creador del eneagrama y su sistematizador es el Dr. Claudio Naranjo.

«Demasiado humano para ser el diablo, demasiado inhumano para ser un santo, Gurdjieff se llevó consigo el secreto de su naturaleza al morir en noviembre de 1949, a la edad de ochenta y tres años, porque ya no estaba decidido a vivir.»

«Sus enseñanzas, que a la manera de los yoguis reúnen un sistema filosófico y una gimnasia del cuerpo y del espíritu, extrae su gran originalidad del hecho de que los productos antiguos del saber humano, y los métodos del espíritu occidental, se hallan estrechamente mezclados.»

«Pocos seres humanos tienen alma. Ninguno tiene alma al nacer. Se debe adquirir un alma. Quienes no lo consiguen mueren; sus átomos se dispersan, no queda nada.»

«La cuestión es la siguiente: con su nivel actual de existencia, el hombre no posee un alma inmortal e indestructible. Pero, con cierto trabajo, el mismo se puede forjar un alma inmortal, de manera que este conjunto alma-cuerpo, recién formado, no quede subordinado a las leyes del cuerpo físico y pueda continuar existiendo después de la muerte de dicho cuerpo físico.»
Demasiado humano para ser el diablo, demasiado inhumano para ser un santo, Gurdjieff se llevó consigo el secreto de su naturaleza al morir en noviembre de 1949, a la edad de ochenta y tres años, porque «ya no estaba decidido a vivir», dejando una obra voluminosa y oscura titulada «All and Everything» (Todo y el Todo ). Georges Ivanovich Gurdjieff nació en Alejandropol (hoy Leninakan ) en Armenia, alrededor de 1866. Sus padres eran griegos del Asia Menor, y su padre parecía poseedor de una cultura muy antigua. Es verosímil que desde su infancia Gurdjieff se haya bañado en la atmósfera de ritos adivinatorios propios de la antigua Rusia. Sus primeros años informa Ouspensky- transcurrieron en una atmósfera de cuentos de hadas , de leyendas y de tradiciones. A su alrededor, lo milagroso había sido un hecho real. Predicciones oídas por él y a las cuales sus allegados acordaban fe completa, se llevaron a cabo y le abrieron los ojos respecto a muchas cosas.

Fue preceptor del Dalai Lama

Después de seguir cursos de preparación para el sacerdocio en el seminario de Alejandropol (cuyos muros albergaron también a Stalin),, Gurdjieff opta por estudios de medicina y ejerce, sin duda un año o dos, antes de abandonar el Cáucaso para emprender viajes que cubren un período de veinte a veinticinco años, durante los cuales sus huellas se vuelven más inciertas. Atraído por el Oriente de los magos y los sabios, visita los sitios máximos del Conocimiento: el Chitral, el monte Athos, escuelas en Persia, en Bojara y en el Turquestán oriental. Según sus propias declaraciones, formó parte de un grupo que incluía a sacerdotes, sabios, médicos, eruditos que se habían tomado la tarea de recorrer el mundo en busca del conocimiento cuya revelación esperaban tener por medio del estudio de prácticas y doctrinas esotéricas del Oriente. Esta búsqueda, siempre según las afirmaciones de Gurdjieff, lo llevaron a codearse con derviches de diferentes órdenes. De todos modos, parece que sus desplazamientos tuvieron otro fin, secundario tal vez, y no menos turbador. Según Rom Landau, Gurdjieff habría sido el principal agente de informaciones ruso del Tibet, encargado por las autoridades tibetanas de diversos puestos de control financiero y del armamento de las tropas. Su cultura espiritual lo habría elevado al grado de preceptor del Dalai Lama, a quien habría acompañado en su fuga cuando los ingleses invadieron el Tibet. Esta última circunstancia explicaría cierta desconfianza a su respecto de parte del gobierno inglés.
En cambio, sus actividades de agente secreto le habrían valido la benevolencia de Poincaré, que autorizó personalmente su instalación en Francia. Sea como sea, cuando regresó a Rusia alrededor de 1914, a la edad de 46 años, Gurdjieff llevaba consigo un conocimiento profundizado de los bailes, música y doctrinas dc las religiones iniciáticas orientales, y nada impide pensar que pudiera estar encargado por alguna sociedad secreta, de llevar la buena palabra al Occidente. En los cafés de Moscú y San Petersburgo comenzó a formar adeptos, y en junio de 1917, tras una breve estadía en Alejandropol, se instaló en Essentuki, en el Cáucaso, con algunos discípulos.

Sus enseñanzas, que a la manera de los yoguis reúnen un sistema filosófico y una gimnasia del cuerpo y del espíritu, extrae su gran originalidad del hecho de que los productos antiguos del saber humano, y los métodos del espíritu occidental, se hallan estrechamente mezclados. Entre otras cosas se trata de conducir a los discípulos a la toma de conciencia de sí y al dominio perfecto del cuerpo, por medio de métodos que se remontan a una psicología de vanguardia, tanto como a las antiguas disciplinas. Mientras tanto, se desencadena la guerra civil, y la marea revolucionaria alcanza poco a poco el sur de Rusia, obligando constantemente a Gurdjieff y a sus compañeros a replegarse, primero a Tiflis, donde será fundado el primer Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre; luego a Constantinopla, Berlín, Londres y por fin a Fontainebleau. Es en esta última localidad, en el Priorato de Avon, donde comienza en 1922 su verdadera carrera pública. Los giras por Norteamérica alternan con representaciones en París del gran ballet «La Lucha de los Magos», que preparó minuciosamente. Discípulos llegados de todos lados se unieron en esta extraña colonia, donde se aprende a «conocerse» dedicándose veinte de cada veinticuatro horas a labores de excavación, albañilería, así como a una extraña gimnasia y ejercicios de concentración.

Los psicoanalistas se codean con ex astros y mujeres de letras. Se hablan los idiomas más diversos. Juntos tiemblan bajo la férula del maestro, en una atmósfera de hipnosis colectiva. Sobre este período y sobre los años que siguen, se poseen numerosos testimonios, entre ellos los de René, Barjavel, Louis Pauwels, Pierre Schaeffer, Georgette Leblanc, Dorothy Carrruse, Katherine Mansfield y numerosas personalidades más. ¿Pero qué se han hecho de los discípu1os de la primera hora? En su mayor parte, parecen haber desaparecido. Sobre las actividades de Gurdjieff en París, y sobre la odisea que debía conducirlo a París -donde murió en 1949, en el hospital norteamericano de Neuilly- el diario de Thomas de Hartman, que con los escritos de Ouspensky es quizás el único’ documento existente, proporciona valiosas indicaciones.

Este hombre ejercía extraordinario ascendiente.

«La cuestión es la siguiente: con su nivel actual de existencia, el hombre no posee un alma inmortal e indestructible. Pero, con cierto trabajo, el mismo se puede forjar un alma inmortal, de manera que este conjunto alma-cuerpo, recién formado, no quede subordinado a las leyes del cuerpo físico y pueda continuar existiendo después de la muerte de dicho cuerpo físico.

Pero hay algo que quizás los desconcierte. Por lo general, se supone que el conocimiento elevado se dispensa gratuitamente; sin embargo, en este caso, si su esposa y usted quieren unirse a esta tarea, deberán pagar cierta suma de dinero». Se trataba de unos 1.000 dólares.
Era el otoño de 1916. Rusia hacía la guerra y se incubaba la lIamarada revolucionaria. Mientras tanto, los dos hombres que filosofaban en Tzarskoie-Selo tomando el té, tenían preocupaciones muy diversas de la política contemporánea. El objetivo de su vida era la búsqueda espiritual, y buscaban a Dios, una fe, un hombre o tal vez simplemente a sí mismos. Zaharoff, un matemático distinguido, que acababa de hablar, daba a entender que había descubierto un camino. Su interlocutor, Thomas de Hartman, un joven compositor ya célebre, que pertenecía al cuerpo de oficiales de reserva de la guardia zarista, ardía por enrolarse a su vez cualesquiera fuesen las condiciones. Luego de esta entrevista, Zaharoff prometió organizar una entrevista con el que poseía las Ilaves del Conocimiento. Thomas de Hartman esperó varios meses este momento, hasta que finalmente fue fijado un encuentro en San Petersburgo, en un bar bastante dudoso de la avenida Nevski. Más tarde confesaría : «Si alguien se hubiera enterado de mi presencia allí, me habría visto obligado a abandonar el regimiento». Pero también reconoce que sin duda Gurdjieff había querido probar hasta que punto era capaz de hacer abstracción de las convenciones sociales. Gurdjieff llegó con dos acompañantes. Thomas de Hartman (como más tarde otras personas), lo identificó rápidamente por sus ojos de profundidad y penetración poco comunes. El joven compositor jamás se había encontrado con tal mirada.
La fisonomía de Gurdjieff era la de un apuesto oriental, de cráneo afeitado, piel oscura, bigote retorcido y negro. Sus orejas eran asombrosamente puntiagudas, y su boca, que nunca estaba del todo cerrada, descubría los dientes. La conversación fue breve. Gurdjieff planteó algunas preguntas, a las cuales Hartman respondió que «sin progreso interior no se sentía vivir, y que él y su esposa buscaban un medio para desarrollarse». Se decidió que Hartman iría a instruirse casa de Ouspensky.
Volvió a ver a Gurdjieff recién en febrero de 1917, en ocasión de una reunión en cuyo transcurso le presentó a su esposa Olga.

Mientras tanto, estallaba la Revolución, cuyo centro fue Petrogrado. El marxismo, el colectivismo y la planificación estaban en marcha. E1 ejército blanco, desorganizado por los agitadores, sé desvanecía poco a poco. Gurdjieff se encontraba entonces en el Cáucaso. Hartman que acababa de escapar de un motín de soldados, pidió ser enviado a Rostov, en el sur de Rusia, todavía no alcanzado por la Revolución, y partió con su esposa hacia Essentuki. Se encontraron con Gurdjieff y algunos discípulos en una casa pequeña, muy sencilla, y el trabajo comenzó desde la primera tarde. Una vez que todos tomaron té, Gurdjieff ordenó que retiraran la mesa, e hizo poner a los concurrentes en fila, en medio de la pieza. A su orden de «marchen», todos se pusieron a marchar, a dar medias vueltas, a correr y a ejecutar toda clase de ejercicios durante largo rato. Al día siguiente, Gurdjieff decidió, según parece. ocuparse de los dos recién llegados y, tras una marcha forzada a paso gimnástico a través de la aldea, los hizo participar en una especie de «concurso de muecas». Gurdjieff daba el ejemplo; se trataba de imitarlo. Luego ordenaba detenerse. Todos debían conservar la expresión fijada en su rostro en ese preciso momento, y Gurdjieff no deja de hacerles notar que repugnantes o chocantes eran los resultados obtenidos.

Fatigaban los cuerpos hasta el agotamiento

Sin embargo, desde aquella segunda noche, Gurdjieff comenzó a hablar de una próxima partida para Persia, lo cual desesperó a los esposos Hartman. Aunque estaban un poco perplejos y desorientados por el Trabajo con el maestro, no deseaban separarse tan pronto de él.
Pero, por otra parte, Persia era un país extranjero y Hartman no podía salir entonces de Rusia sin ser considerado un desertor. Finalmente, decidieron acompañar a Gurdjieff tan lejos como pudieran, y este último aceptó. En previsión del viaje, Gurdjieff había adquirido una pequeña carreta y dos caballos jóvenes. Previno a sus compañeros de ruta que no debían llevar consigo más de lo estrictamente necesario, una valija pequeña por persona. No obstante cuando los equipajes fueron apilados en la carreta, no quedó sitio más que para el conductor, el mismo Gurdjieff. Se convino que este último partiría por la ruta principal, mientras su esposa, los Hartman y algunas personas más tomarían un atajo a través de las montañas.

Esta primera jornada de viaje fue agotadora. Sin embargo al llegar, el maestro les participó su intención de seguir la marcha. Entonces comenzó para los viajeros un verdadero esfuerzo, que no tardó en convertirse en un suplicio. El viaje ya había durado casi doce horas. Los pies les sangraban; la carreta iba a buen paso. Además Gurdjieff había anunciado que deseaba cumplir una etapa más, pero sin decir dónde ni cuando pensaba detenerse. De tal modo, la incertidumbre se sumaba a los tormentos de los neófitos, y tal cosa era bien propia del maestro que más tarde, en el Priorato de Avon, obligaba a sus discípulos a trabajar hasta la fatiga extrema, sin fijar hora de descanso. Aquella noche, cuando por fin Gurdjieff decidió acampar, en pleno bosque y bajo la lluvia, sus acompañantes todavía debieron ocuparse de los caballos, del fuego y de otros mil detalles, antes de tener derecho al sueño, con excepción del infortunado Hartman, que se vio designado para montar guardia y no durmió esa noche.

Al día siguiente, después de haber despertado a sus compañeros al alba para una nueva jornada de marcha, Gurdjieff, sin consideración por su fatiga, pidió a Hartman como favor especial que trepara en la carreta y se sentara sobre los equipajes, posición muy incómoda que no le permitía cerrar sus ojos, pues amenazaba caer.

La enseñanza comenzaba por pisotear el » Yo»

Cosa sorprendente, durante toda esta expedición, que duró varios días a través del Cáucaso, y pese al humor aparentemente fantástico y terriblemente autoritario del jefe, ninguno de los participantes parece haber tenido el menor movimiento de revuelta. Algunos de los que visitaron siete u ocho años más tarde, la colonia de Fontainebleau-Avon, sostuvieron que los discípulos de Gurdjieff, sometidos a condiciones de vida inverosímiles, eran mantenidos en estado hipnótico. «Sentía yo escribió Hartman- que todo lo que ocurría era como un cuento de hadas, en el cual era necesario hacer las cosas más imposibles para alcanzar su fin.»
El objetivo de aquella primera expedición resultó ser, después de muchas pruebas, una bonita casa oculta entre las rosas, cerca de Sochi, a orillas del Mar Negro, donde Gurdjieff comenzó a enseñar a sus alumnos ejercicios de concentración y de auto-observación. Ya no se hablaba de ir a Persia, y podía suponerse que Gurdjieff jamás había tenido la intención de ir allá. «Hablando de ir a Persia -escribe Hartman, creando toda clase de dificultades emocionales y físicas, había suscitado un extraño ambiente de obstáculos progresivos que era necesario sobrepasar para obtener cierto «haced en vosotros mismos», cierto «yo hago» a escala de nuestro desarrollo general.» Sin embargo, agotado por el viaje y por las durísimas labores a que lo sometía Gurdjieff, Hartman no tardó en contraer la fiebre tifoidea, y tuvo que esperar a estar convaleciente para reunirse con el maestro en el Cáucaso, donde entretanto había vuelto aquél. Finalmente, el grupo volvió a reunirse en Essentuki, donde Gurdjieff había convocado antiguos discípulos de Moscú y Leningrado, con quienes, debía echar las primeras bases del Instituto para el Desarrollo Armónico del hombre. Entonces comenzó el verdadero trabajo.

Según su costumbre, Gurdjieff se dedicó a obligar a sus compañeros para ejecutar labores para las cuales eran especialmente ineptos, y a prohibirles toda clase de costumbres adquiridas. Hartman se vio obligado a privarse de azúcar (que le gustaba) y a vender en el mercado objetos heterogéneos, trozos de seda y tela alquitranada, mientras su esposa habituada a ciertos refinamientos, debía comer en un plato común con otras personas y renunciar a las joyas que más apreciaba (y que, por lo demás, Gurdjieff le devolvió luego).

Era un estallido de la personalidad por choques sucesivos y un tratamiento muy eficaz de la voluntad, que complementaba otra forma de enseñanza. Cada noche. después de cenar, los miembros del grupo se reunían en la habitación de Gurdjieff. El piso y las paredes estaban cubiertos de tapices. Habitualmente Gurdjieff se instalaba en una especie de diván; sus discípulos, sentados en esteras, frente a él, se ejercitaban en mantenerse con las piernas cruzadas a la manera oriental. Por lo general, el maestro hablaba poco, y nadie debía formular preguntas.

La gimnasia sagrada debía desarrollar la voluntad

Se organizaban igualmente sesiones colectivas, era la «gimnasia sagrada». Esta gimnasia, que empezaba con ejercicios relativamente sencillos, desembocaba en prácticas de concentración y dominio de la memoria que absorbían al individuo todo. Otros ejercicios consistían en que los participantes se dejaran caer en montón y se retorcieran a la manera de un nudo de serpientes, en un entresijo inverosímil de brazos y piernas. Cuando Gurdjieff gritaba «basta», todos debían inmovilizarse en la posición del momento, lo cual producía composiciones escultóricas de gran belleza.

Al cabo de cierto tiempo, Gurdjieff decidió un período de ayuno experimental. ‘ Separó a los hombres de las mujeres y les prohibió hablarse, salvo una hora por semana, durante la cual estaban autorizados a salir y pasearse juntos. Además, les había enseñado cierta cantidad de movimientos especiales para brazos y piernas, cada posición correspondía a una letra dcl alfabeto y era ese el único lenguaje permitido en el interior del Instituto.

Mientras tanto en Rusia aumentaba la confusión política: Los bolcheviques extendían su poder, y Gurdjieff, que parece haber tenido cierta premonición de los sucesos – a menos que haya estado muy bien informado- comenzaba a considerar una segunda expedición, que debía permitir a su grupo escapar a la zona dominada por los soviets. Dando prueba de gran habilidad en esa circunstancia, maniobró ante el Soviet de Essentuki y finalmente obtuvo una autorización y material para una expedición científica al monte Induc, en el Cáucaso. Gracias a su estratagema, sus compañeros y él mismo se hallaron en posesión de dos clases de documentos de identidad: unos afirmaban su fidelidad al nuevo régimen; los otros atestiguaban su pertenencia al antiguo.

Paralelamente a estas tratativas, se preparaban con minuciosidad los detalles prácticos para esta expedición. Gurdjieff entrenaba, no solamente a los hombres, obligándolos a llevar a espaldas » bolsas repletas de piedras, sino también a sus caballos, puesto que el viaje incluía etapas por tren y marchas por la montaña. El Soviet de Piatigorski proporcionó un equipo completo: carpas, hachuelas, picas y un gran cinturón rojo de bombero, que Gurdjieff se ciñó y que no se quitó durante todo el viaje. De igual manera se distribuyeron brújulas, y quienes no conocían los astros aprendieron a reconocer la estrella Polar. Por otra parte, impuso a todos reglas de disciplina dragonianas y exigía una obediencia ciega. Thomas de Hartman, que temía por su esposa las fatigas excesivas de esta nueva expedición, vaciló en unirse al grupo, pero finalmente venció la adhesión de la pareja a Gurdjieff. Partieron y sin duda salvaron así su vida, puesto que tres semanas más tarde se instaló el reino del terror en Essentuki donde los antiguos oficiales de la guardia fueron fusilados al borde la fosa que se les obligó a cavar. El verdadero objetivo de la nueva expedición era llegar a Sochi, atravesando una vez más todo el Cáucaso, donde, según los azares de la guerra civil las poblaciones estaban en manos, ya de los bolcheviques, ya de los cosacos blancos. En la confusión del momento, a veces era difícil adivinar el color político de las patrullas, y Gurdjieff se había reservado la delicada tarea de identificarlas. Según se retorciera uno u otro lado del bigote, sus acompañantes sabían que tenían que mostrar sus antiguos pasaportes zaristas o los que acababan de obtener de los soviets. Aparentemente, esta técnica jamás falló, y tras muchas privaciones y marchas forzadas, todos los miembros de la expedición llegaron sanos y salvos a la bonita aldea a orillas del Mar Negro. Entonces Gurdüeff anunció que la expedición llegaron sanos y salvos a la bonita aldea a orillas del Mar Negro.

Entonces Gurdjieff anuncio que la expedición concluía, que ya no tenia dinero, que el grupo quedaba disuelto y que, por su parte, el había decidido quedarse en Sochi. La mayor parte de los participantes se disperso, a excepción de Thomas y Olga de Hartman, que permanecieron fieles a Gurdjieff.
Para ellos era el comienzo de una nueva vida. Prácticamente arruinados por la revolución, debieron hacer frente a dificultades de orden material, para las cuales, felizmente los había preparado, la ruda escuela del maestro. La señora de Hartman se acostumbró a las labores domésticas. Thomas de Hartman volvió a su anterior profesión de música y se dedicó a ofrecer conciertos. En cuanto a Gurdjieff, organizaba partidas de naipes en el Club de los Oficiales Circasianos, lo cual, entre otras cosas le permitía mantenerse al tanto, de los movimientos de los ejércitos. Sin duda, fue luego de una «partida de naipes» especialmente interesante cuando, alrededor de mediados de enero decidió embarcarse con la pareja. Hartman en un incómodo carguero que los desembarcó en Poti, donde tomaron el tren a Tiflis.
La vida en la capital de Georgia, donde aún reinaba el antiguo régimen, se organizó pronto bajo la dirección del maestro. Thomas de Hartman escribía críticas musicales, su esposa cantaba. Gurdjieff, con ayuda de madame de Salzmann (que dirigía una escuela de baile según las reglas del método Dalcroze) organizaba con éxito las primeras representaciones de Bailes y Gimnasias Sagradas. En fin, abría su primer Centro de Trabajo: el Instituto por el Desarrollo Armónico del hombre, cuyos primeros miembros fueron cierto doctor S., los esposos Salzmann y los esposos Hartman. Después de haberse asegurado un local de vastas dimensiones, Gurdjieff adquirió un piano, al teclado del cual se instaló Thomas de Hartman.

A decir de este último, el piano no era muy bueno, pero el maestro le hizo notar que «en un buen instrumento puede tocar cualquiera».
Y comenzaron las sesiones de gimnasia, que atrajeron un número creciente de alumnos. Entonces Gurdjieff se dedicó a dictar el texto, de La Lucha de los Magos, y luego a preparar su música, con la ayuda de Thomas de Hartman.

En 1922 se instaló en Francia y partió a la conquista de Occidente

Sin embargo, y pese a sus numerosas ocupaciones, el maestro no perdía de vista la evolución de los acontecimientos. Se hacía cada vez más evidente que la Revolución se instalaba, que las resistencias de Koltchak y Wrangel se debilitaba. Antes que nada, envió a la señora de Hartman a Essentuki, provista de un visado, con el sólo fin de recobrar los efectos personales de la pareja y unos tapices de muy alto valor que le pertenecían; luego una noche de verano, sin el menor aviso previo, anunció a los esposos que debían estar listos para partir hacia Constantinopla. Una semana más tarde las tres se hallaban en Batum, desde donde se embarcaron a Turquía, y pronto llegaron a destino, algo deslumbrados por la mezcla de lujos y miseria características de la vida más oriental de Europa. Aunque los emigrantes llegaron sin dinero, Gurdjieff parecía confiar siempre en su estrella; que por esta vez se llamó Ouspensky. En efecto, éste había llegado al lugar y preparado el terreno con el fin de abrir un Instituto. Una vez más, Hartman comenzó a ofrecer conciertos.
Por su lado, Gurdjieff se ocupó de tratar enfermos por el método psicológico.

Poco a poco, los antiguos alumnos de Tiflis, ellos también emigrados, fueron a reunirse con ellos y se reanudó el Trabajo. Fue creada la danza de los derviches, y en la primavera siguiente Gurdjieff se dedicó a trabajar sobre toda clase de fenómenos extranaturales, tales como el hipnotismo, la acción a distancia y la transmisión de pensamiento. Según especifica Hartman, sólo era un comienzo, pues más tarde este programa debía desarrollarse en el castillo del Priorato en Francia. Pero Gurdjieff pensaba abandonar Turquía. Conduciendo a su equipo, no tardó en tomar su rumbo a Berlín, donde descansó desde la primavera de 1921 al verano de 1922. A partir de este momento, Gurdjieff se lanzo a la conquista de occidente.

Su método, reservado hasta entonces a algunos iniciados, iba a enfrentar la despiadada luz de los reflectores y de la critica, que llego a ver en él un destructor conciente del pensamiento occidental. Tras haber renunciado a instalarse en Londres, donde las condiciones no eran favorables, Grujieff decidió fundar su instituto en Francia, con fondos ingleses. Los discípulos llegaron a París el 14 de julio de 1922, y enseguida recibieron el encargo de buscar un local adecuado. El Priorato de Avon, cercano a Fontainebleau estaba en venta por un millón de francos, y para sorpresa general, Gurdjieff decidió adquirirlo sin haberlo visto. Era un vasto edificio, bastante húmedo e incómodo, situado en un gran parque abandonado que había pertenecido a Labory, abogado de Dreyfus. Allí instaló Gurdjieff su colonia, que no tardó en ponerse muy de moda. En esa época, sus discípulos eran principalmente rusos e ingleses, hombres de letras, médicos e intelectuales de buena voluntad que aspiraban a la superación o buscaban una mística. Con el objeto de llevarlos a una toma de conciencia de sí mismos mediante su sistema de choques sucesivos, Gurdjieff los empleaba en construir baños turcos, aparejar antiguos galpones que luego servirían para sala de baile, cortar árboles y cuidar el ganado, vacas, cerdos y cabras. A veces, incluso, las labores exigidas no tenían fm alguno, las zanjas cavadas a la siesta eran vueltas a llenar por la noche sin haber sido utilizadas para lo que ° fuera. Ciertas tareas duraban indefinidamente, y si por ventura alguien se habituaba a una labor y comenzaba a experimentar satisfacción al cumplirla, pronto se veía Ilamado para un trabajo del todo diferente. En el Priorato se acostaban tarde, se levantaban temprano y todos pisoteaban su yo.

La vida en los priorato de Avon era más dura que entre los trapenses

Dice Thomas de Hartman que a las 6 de la mañana un alumno recorría los corredores con una campanita y era preciso levantarse con rapidez, bajar al comedor, tragar café a toda prisa, con un pedacito de pan e ir derecho al trabajo. Gurdjieff debía distribuirlo de modo que no se perdiera un momento. El trabajo en el exterior duraba hasta las 7 o hasta la noche, con una breve interrupción para almorzar. A veces hasta se trabajaba a la luz de lámparas eléctricas. Gurdjieff observaba con severidad a quien se demoraba en el comedor para fumar o conversar. Por la noche, cuando sonaba la campana grande, había que cambiarse rápidamente para la cena. La comida se componía de carne con alubias, arvejas o papas, pan y café. A las 8 se reunían en la sala de trabajo y hacían gimnasia sagrada. Gurdjieff inventaba nuevos ejercicios destinadas a desarrollar la atención, tales como tres movimientos diferentes y simultáneos para la cabeza, los brazos y las piernas, ejecutados contando, cuyo resultado era el de sustraer al individuo del flujo de asociaciones de ideas. Según otros testimonios, se practicaban igualmente ejercicios de contracción de un solo músculo, con exclusión de todos los demás, y cálculos rápidos como: 2×1=6; 2×2=12; 2×3=22; o incluso 2×2=1; 4×4=13; 5×5=22; obtenidos agregando o sustrayendo una cifra creciente o constante al resultado (en el primer caso se agrega 4 al primer producto, 8 al segundo, 16 al siguiente y así; en el segundo caso, se sustrae 3 a los resultados).

El trabajo era un esfuerzo cotidiano. Gurdjieff daba a ciertos elegidos directivas relativas a la concentración del pensamiento, el control de la respiración y de la energía sexual, pero les exigía que guardaran silencio sobre ellas. En una entrevista acordada a Denis Saurat, en 1923, Gurdjieff resumía así su doctrina: «Pocos seres humanos tienen alma. Ninguno tiene alma al nacer. Se debe adquirir un alma. Quienes no lo consiguen mueren; sus átomos se dispersan, no queda nada. Algunos se fabrican un alma parcial y quedan así sometidos a una especie de reencarnación que les permite progresar. Y por fin, una cantidad muy pequeña de hombres han llegado a tener almas inmortales. Pero esta cantidad es muy pequeña; apenas algunos.

La mayoría de quienes han conseguido algo, no tienen todavía mas que almas parciales… Para el trabajo físico, quiero volverlos dueños del mundo exterior. No es más que una fase temporaria. Trato de darles todos los poderes. No hay diferencia entre los poderes ocultos y los otros.
Los ocultistas de hoy se equivocan todos». Mientras tanto, Gurdjieff no limitaba sus actividades a la instrucción de los discípulos del Priorato. Proseguía la redacción de su obra «Relatos de Belcebú» y ofrecía re-presentaciones de La Lucha de los Magos, tanto en Estados Unidos como en el teatro de los Campos Elíseos en Paris. Los archivos de prensa nos proporcionan dos críticas de estos espectáculos: una es la francesa; la otra norteamericana: «Las danzas comienzan bajo la dirección de Gurdjieff.

Son danzas lentas, con sus participantes situados bastante lejos unos de otros. A ciertas órdenes, todos se inmovilizan en la posición en que se hallan en ese instante, y así deben quedar hasta la orden de volver a ponerse en movimiento.
Los que se encuentran en equilibrio inestable, cuando se les ordena detenerse, no deben concluir el movimiento comenzado, y caen con todo su peso por el efecto normal de la gravitación.

Una vez caídos, no deben moverse… La atmósfera perfumada, las luces, los ricos tapices, los movimientos extraños: es el romanticismo de los orientales, realizado por fin sobre la tierra». «Primero tuvieron lugar danzas ejecutadas por un grupo de hombres y mujeres vestidos con ropajes amplios y zapatos de suela flexible. Era realmente fantástico, pues cada persona bailaba de manera distinta. Una orquesta dirigida por un hombre llamado Hartman producía una música extraña, donde predominaban los redobles de un tambor: Los movimientos eran simbólicos, pero de ningún modo sensuales, pues parece que estamos en presencia de manifestaciones de un culto donde la sensualidad no figura para nada. Imposible describir estas danzas, que parecen pertenecer a las religiones antiguas. Una dama explicó que en otra época las danzas tenían por objeto hacer cumplir al ser actos reales de gracia, de alabanza o súplica. Se nos presentó la danza vertiginosa del derviche. Gurdjieff dirigía a los bailarines dando la orden de comenzar mediante un balanceo de brazos, y los detenía bruscamente. Entonces ellos conservaban el equilibrio en la posición en que los había detenido, semejantes a estatuas de madera. Parecían hallarse bajo el hechizo de un poder hipnótico. La música es una especie de jazz llevado al extremo. Sus armonías y melodías han sido transcriptas por el señor de Hartman; según indicaciones de Gurdjieff, quien las conservó en la memoria luego de haberlas escuchado en diversos monasterios y sectas del Oriente durante «su búsqueda de la verdad». Este último afirma que esas músicas datan de la más grande antigüedad, y que son transmitidas mediante inscripciones en ciertos templos».

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=7mulbI7cts4]

Sus últimas palabras: «En que situación os dejo’ :

Algunos pensionados abandonaron el Priorato, decepcionados al no encontrar el desarrollo espiritual al que aspiraban, mientras otros parecían descubrir allí la paz y la armonía, como Katherine Mansfield, quien murió de tuberculosis, pero con el alma apaciguada. Gurdjieff, víctima de un accidente de automóvil en julio de 1924, se desinteresa poco a poco del Priorato de Avon. Sus allegados advierten en él un cambio profundo. En 1929, Thomas y Olga Hartman se separan de este hombre por quien conservarán siempre una profunda veneración, sin dar motivos de esta ruptura. En 1934, el maestro vende el Priorato y se instala en París, en la calle Colonel-Renard, cerca de Etoile. Aunque se acelera el reclutamiento, Gurdjieff deja la enseñanza a cargo de instructores. ¿Seguía buscando un hombre, o lo había hallado? 0 acaso todo está resumido en las parábolas de ¿ Belcebú ? Gurdjieff no lo ha dicho. Ante sus fieles, reunidos en 1949 alrededor de su lecho de muerte en el hospital norteamericano de Neuilly, este gran aventurero o gran sabio pronunció estas palabras ambiguas y un tanto diabólicas: «En que situación os dejo».

Tomado de: El Filósofo Callejero. De las memorias de Thomas de Hartman. Comentario de Claude Valín.

Descargar libro – http://es.scribd.com/doc/123594/Encuentros-Con-Hombres-Notables-Gurdjieff-G-I

El eneagrama – http://www.oshogulaab.com/GURDJIEFF/TEXTOS/ENEAGRAMA1.htm