¿Qué nos enferma emocionalmente?
En términos generales, podríamos afirmar que nos enferman las situaciones traumáticas. Consideramos situaciones traumáticas, a aquellas experiencias que superan energéticamente nuestra posibilidad de asimilación y/o respuesta defensiva y nuestra capacidad de comprensión, o resolución mental, como está comprobado que ocurre en los niños de edad temprana, que presencian escenas sexuales de los padres, y las graban en su memoria con un fuerte impacto energético emocional.
También puede ocurrir, que el ataque provenga a nivel físico de un accidente, un abuso sexual, y el shock energético emocional queda impreso en el organismo, en la memoria celular.
Aunque de menos intensidad, suele ser traumática la repetición de la situación estresante, ya que conduce finalmente a un agotamiento de las defensas. Por ejemplo, las amenazas mortificantes de castigo en un niño; o el riesgo permanente de pérdida de trabajo en un adulto.
La anticipación imaginaria que se produce al verse ya castigado, o muriéndose literalmente de hambre y sin trabajo, lleva progresivamente a la desesperación, la desesperanza y el agotamiento.
Agota mucho más el hecho temido, bajo amenazas, que si se produjera. De una paliza, un chico se repone rápidamente. Al perder un trabajo, el organismo se activa para la lucha por la vida, y se puede salir a la calle, con ilusión y esperanzas.
Nos enfermamos cuando estamos impedidos de reaccionar de alguna manera, que nos permita restablecer el equilibrio en el que nos encontrábamos antes del trauma.
La amenaza nos carga energéticamente de tensión y sensaciones desagradables. Si podemos expresarnos y/o actuar frente a la agresión, se produce la descarga energética compensadora y el alivio de la tensión.
Estudios biológicos, demostraron que si una ameba es sometida a distintos tipos de ataques, si puede, incorpora y digiere al atacante.
Si ésto no le es posible trata de alejarse. Y si tampoco puede huir, reduce su tamaño, comprimiéndose y tomando forma esférica, para ofrecer la menor superficie posible de ataque al «enemigo».
De manera similar sucede esto en cada célula de nuestro organismo. El dolor y el miedo nos comprime, nos achica. El placer y el bienestar nos expande, nos deja una sensación de levitación.

Cada vez que nos tensamos frente a una agresión podemos luego recuperarnos, nos distendemos y relajamos volviendo al equilibrio. Pero la repetición del peligro, puede llevar a un agotamiento y se instalan tensiones musculares crónicas que limitan nuestra vitalidad y capacidad de expresión y reacción.

Nuestros propios sentimientos, sensaciones y comportamientos pueden ser vividos como peligrosos, temiendo no ser aceptados o queridos por nuestro medio (padres, maestros, amigos). Un recurso efectivo al que echamos mano muy tempranamente, es privar de la energía necesaria a cualquier sentimiento, pensamiento o acción que pueda ser conflictivo. Es decir, como todas nuestras manifestaciones vitales, necesitan de energía para que se puedan dar, si le decimos que no al paso de la energía necesaria para expresarnos, quedamos detenidos en pleno nacimiento de un impulso. Ejemplificando; si movido por un disgusto que estoy sintiendo vívidamente, me apresto con mi cuerpo a responder físicamente con alguna expresión o acción agresiva, si esto está severamente censurado fuera o dentro de mi ser, siento una violenta contraorden que me obliga a detenerme, contrayendo con tensión precisamente todos los músculos que estaban por actuar.

Tal como nos enseñó Wilhelm Reich, el super yo se instaló en el cuerpo y especialmente en la musculatura.
De acuerdo a estas observaciones, podemos afirmar, siguiendo a Alexander Lowen, creador del Análisis Bioenergético, que en toda tensión muscular crónica, hay emociones y movimientos expresivos, detenidos prematuramente, debido al conflicto no resuelto entre el sí y el no, a la misma reacción.
Se puede ver cómo se van generando estos mecanismos siguiendo de cerca a los niños en su evolución. Un niño deambulador que empieza a reconocer y tocar todo su entorno, cuando se acerca a algo desconocido, mira al adulto que lo acompaña, buscando algún gesto de aprobación: a veces es la mirada del sí o el no; otras veces, un grito ansioso o autoritario, o una voz suave y persuasiva. Cualquiera que sea el estilo de comunicación, provoca en general que el niño se anime a avanzar o que desista de la acción iniciada.

Si el adulto que educa al niño, por alguna causa razonable o emocional, le prohibe demasiadas cosas serán muchas las «CACAS» en la vida que no se deben encarar. Se irá formando un niño y futuro adulto, lleno de inhibiciones y tensiones. Lo veremos con los brazos hacia atrás, sin saber qué hacer con ellos. Puede llegar a un estado en que no tenga ganas de nada, porque «casi todo» le fue vedado, en su pequeño mundo infantil.

Este cuerpito joven, fue «modelado» por mentes en algunos casos viejas, anticuadas o rígidas. Estas mentes son internalizadas y terminamos viendo niños y jóvenes «viejos», que nos llaman la atención por su inmovilismo. Sus patrones psicomotrices están «fuera de época».
Pero también podemos ver mentes jóvenes, en cuerpos viejos, rigidizados. Esto suele verse en personas que han trabajado sobre sí mismo. Que ya saben muy bien que quieren, de donde vienen, hacia donde van, pero sus cuerpos estructurados, los traicionan y no les permiten actualizarse orgánicamente y concretar sus ansias de cambio en el comportamiento y el sentir.
El viejo conflicto ha encarnado en sus cuerpos y no ven cómo salir. Se sienten encarcelados y no siempre se dan cuenta de que es su propia estructura corporal que los limita. Se van encadenando las autolimitaciones: si el cuerpo está muy tenso, no pueden respirar bien. Si no pueden respirar bien, la oxigenación de las células se reduce. El metabolismo se reduce con la disminución de oxígeno. Se dispone entonces de menos energía para la vida. Disminuyen los movimientos y la expresividad. Todo esto conduce a una limitación en el sentir; y si sentimos menos también hay menos motivación para motorizar una acción. Es decir que se produce un prematuro envejecimiento corporal que induce con el tiempo el mismo curso en la mente, último baluarte que podría revertir este proceso. Y el cómo, está en la clara conciencia de recuperar la salud y la juventud del cuerpo. A esto apuntan la Bioenergética y las demás psicoterapias corporales. Son también recursos invalorables, la vida sana, la práctica de deportes, gimnasia, masajes y sobre todo volver a poner amor en nuestros cuerpos.
Podemos ver una pequeña muestra de cómo encaramos esta problemática en BIOENERGETICA a través de una sesión:
M llegó a la sesión muy contento, haciendo un balance positivo de su vida actual: sus hijos, su trabajo, su nueva pareja (enamoradísimo). Se sentía bien en todo y no sabía de qué hablar. (Aclaro que M ya venía hablando extasiado sobre su relación, en el curso de varias sesiones. Su entusiasmo era contagioso. Compartimos su alegría así como antes compartimos el profundo dolor que le ocasionó la ruptura de su matrimonio).
Le pedí que caminara y se conectara con sus sensaciones corporales. Lo primero que vi, fue lo fuertemente cargada que estaba su espalda. Su cabeza gacha, estaba avanzada y miraba hacia abajo, con la mirada perdida y concentrado en sí mismo. Al rato se conectó con la tensión de la espalda y hombros y empezó a hacer estiramientos con los brazos y a abrir el pecho, acercando los omóplatos. Largó 2/3 suspiros de alivio, mientras relajaba su espalda. Le comenté que yo también veía su tensión de la espalda, que estaba realmente muy cargada y encorvada y, que evidentemente, no correspondía a su estado de ánimo actual, sino a viejas cargas históricas, que lo doblegaron, y no le permitieron mirar de frente, cara a cara a la vida, encarando de manera más definitoria sus conflictos. (M retomó su análisis al separarse recientemente). Agregué que había cambiado mucho en estos últimos años y sobre todo mentalmente. Estaba mucho más lúcido, más consciente y más libre espiritualmente, pero atrapado hoy en día en su cuerpo, defendido rígidamente.
«Tenés una mentalidad nueva en un cuerpo viejo». Le gustó las expresiones que utilicé, eso de encarar y que el conflicto encarnó en su espalda y se mostró motivado para trabajar su cuerpo.
Le propuse que tomara con ambas manos un bastón en sentido horizontal y que le imprimiera un movimiento circular frente a él; al mismo tiempo que adelantaba un pie y hacía un vaivén con todo su cuerpo hacia delante y atrás, trasladando el peso de un pie al otro. Todo esto coordinado con el movimiento del bastón. Cuando el ejercicio lo hizo avanzando con el pie izquierdo, trastabilló, perdió el equilibrio y no se sintió seguro. En cambio se mantuvo equilibrado y estable cuando invirtió la posición de las piernas, avanzando con el pie derecho.
Le comenté que se solían conectar las piernas con ambos padres. Hizo un gesto expresivo de soltar el bastón, diciendo jocosamente que no los quería tener a ninguno de los dos en sus piernas.
Festejé con una carcajada su ocurrencia y le propuse ver qué le pasaba, según la disposición de las piernas que utilizara.
Acordamos hablar de una pierna que avanza y otra que propulsa y sostiene el avance.
Le dije a M, que en mi experiencia, observo habitualmente que se identifica la pierna derecha con el padre y la izquierda con la madre; me respondió que nunca sintió que el padre lo estimulara mucho, ni que lo respaldara, en cambio la madre lo había estimulado siempre. Le recordé que en realidad la madre lo había sobrexigido, esperando grandes cosas de él y que nunca le parecía suficiente lo que él conseguía. En esta sesión su postura encorvada, recuerda a Atlas teniendo que sostener la Tierra sobre su espalda. Su madre no había llegado a no a ningún lado, no había tenido un desarrollo personal al separarse, ni había formado nunca más una pareja.
Curiosamente cuando avanza con la pierna izquierda (mamá) y se propulsa con la derecha (papá), ni avanza con seguridad, ni se siente bien respaldado para hacerlo. Es una posición sumamente inestable, insegura. Esas piernas están «separadas» como sus padres y no coordinan, apuntando a un objetivo común.
Su padre al separarse, siguió avanzando en su vida, creciendo (aunque en forma egoísta) y formó una nueva y armoniosa pareja; con una mujer que también tuvo un buen desarrollo personal y profesional.
M puede identificarse positivamente con el padre, cuando avanza con su pierna derecha y es propulsado por su pierna izquierda, que representa a su madre esperando de él importantes pasos.
Cuando M se preguntó qué hacer ahora… le respondí que quizás seguir con su simpático gesto inicial de no tenerlos en sus piernas a ninguno de los dos. Tratar de ser él mismo y tomar de ellos lo que le sirve.
Desde un libre albedrío, podemos identificarnos con algunas funciones útiles de ambos. M puede cambiar y avanzar como el padre, prescindiendo de su egoísmo. De su madre puede tomar su deseo de ver a su hijo destacándose, pero sin ceder a su ambiciosa exigencia, que le dobla la espalda y no le permite mirar adelante. Poder sacar pecho, «apechugar», dar los pasos que realmente puede dar, encarando su futuro y confiando en sus posibilidades». 

                                

                       

(Publicado en «Campo Grupal» Nº 8, octubre de 1999)

       Dr. Gerardo Smolar fue el  creador de la escuela de Biocreatividad en Argentina la cual es una nueva propuesta para restaurar, facilitar y potenciar, el desarrollo creativo humano. Su originalidad está en el modo de integrar recursos convencionales de la expresión artística y la pedagogía vivencial creativa, para entrenar y generar nuevos recursos modificadores del hombre y su mundo en una permanente interacción. Las claves para lograrlo, están en su principal aporte que las distingue. Es el conocimiento y aplicación operativa, de los procesos bioenergéticos que mueven las distintas etapas de la cadena funcional creativa. Cada una requiere una calidad, tiempo y cantidad de bioenergía, que determina el estado físico y mental del creador, apropiados al momento. El trabajo bioenergético levanta los bloqueos de los centros y libera la energía vital estancada. El incremento y la adecuada administración energética, nos provee del salto cuántico transformador de nuestra personalidad y el mundo que nos rodea en un efecto dominó.