UN APOCALÍPTICO ESPERANZADO

(Prólogo al libro El ego patriarcal y su posible

transformación… de Claudio Naranjo)

Martín Hopenhayn

 

El libro de Claudio Naranjo que el lector tiene en sus manos hoy condensa la esencia última de la crisis de época que vivimos. Entiende el autor la crisis en su doble acepción originaria, como una situación de quiebre o agotamiento, pero también como inflexión posible hacia un futuro cualitativamente distinto. Nos dice, en las últimas páginas, que vivimos “un orden patriarcal agonizante que se defiende en sus últimos estertores pero que lleva en su vientre, como una madre, algo que es su destino llegar a parir.”

Esta noche oscura del alma que nos “apenumbra” a comienzos de siglo XXI
tiene facetas múltiples. No se restringe a la entropía del industrialismo moderno, y sus expresiones más extremas, como son el cambio climático con su calentamiento global, el agotamiento de las fuentes energéticas no renovables y la espada de Damocles de la industria bélica en manos sin ojos. Tampoco se limita a los tantos efectos no deseados del capitalismo global, tales como la exclusión socioeconómica y laboral de gran parte del planeta, la nueva oligarquía plutocrática del capitalismo financiero (un poder sin rostro, una opresión que cuanto más acéfala, más global), y la mitificación de la competitividad como máxima virtud y supuesta naturaleza humana. Ni se cierra este concepto de crisis en un proyecto secularizado de la modernidad -secularización que por un lado nos ayuda a liberarnos de las tradiciones más autoritarias y de muchos prejuicios de la moral, pero por otro lado propicia el cinismo postmoderno, vale decir, un individualismo sin sentido de pertenencia ni de cuidado por los demás, que acaba obsesionado por el éxito y la gratificación a cualquier precio.

Toda esta sintomatología está muy presente en el diagnóstico de Claudio Naranjo, quien tanto en este libro como en anteriores no escatima en referencias históricas, herramientas de la filosofía y la psicología, teorías científicas y sociológicas, referencias del arte y la literatura, para matizar la crisis incluyendo estas tendencias mencionadas. Pero las reubica de manera muy consistente en una crisis más amplia y de mayor alcance, a saber, la del patriarcado. Patriarcado que ha sido de dulce y agraz, promoviendo complementariamente civilización y barbarie, obra y destrucción, pero que en última instancia lleva a la exaltación unilateral de rasgos masculinos como la competitividad y la agresión, y un predominio casi caricaturesco del intelecto sobre el afecto y el instinto. Patriarcado que nos ha constituido como sujetos fragmentados, y que hoy concurre en un mundo al borde del colapso ambiental, social y político.

La complejidad del concepto de patriarcado no sólo se refiere a la diversidad de sus manifestaciones, sino sobre todo a la interrelación entre estas expresiones colectivas y sus formas en la conciencia de los sujetos. Incluye tanto una forma de ordenamiento colectivo basado en relaciones de dominación, conquista, consumo y explotación; como la formación y perpetuación de una subjetividad centrada en el ego patriarcal, en que predominan ciertos rasgos caracterológicos y patologías en los individuos. Y sobre todo, la dialéctica de refuerzo mutuo entre lo social y lo subjetivo, entre historia y conciencia, entre cultura y carácter. Como dice el autor, “la sociedad patriarcal existe en interdependencia con la mente patriarcal: una forma de organización psíquica que refleja y perpetúa el dominio masculino en la sociedad, con su énfasis en la agresión sobre la ternura, la competición sobre la colaboración, la explotación sobre el cultivo, y en la que milenios de dominio del padre en la familia ha resultado en el reemplazo de los sanos vínculos fraternales por vínculos de obediencia y dependencia por parte de
personas crónicamente infantilizadas.”

Claudio Naranjo escudriña clínicamente esta dialéctica entre rasgos del ego
patriarcal y formas de alienación del mundo actual. Para captar esta interrelación el autor echa mano de los eneatipos, y con esta fuente de inspiración nos brinda el mapa exhaustivo de las formas de la mente escindida en un mundo escindido. A medida que leemos sus páginas, podemos ver el lúcido eslabonamiento que hace el autor entre ego patriarcal, estrategias diferenciadas de ese mismo ego para constituir su especificidad en
la relación conflictiva (y la internalización conflictiva) entre padre, madre y niño, y finalmente cómo los rasgos predominantes en estas distintas estrategias tienen estrecha relación con los callejones sin salida de la crisis de civilización que nos toca vivir. De modo que, como dice el autor, “las diversas neurosis de carácter conocidas por la experiencia clínica constituyen a la vez las respuestas típicas alternativas de las personas ante la cultura patriarcal.”

De especial interés resulta examinar, con Naranjo, estas facetas de la mente
patriarcal: la extrema competencia (fundada en la envidia), el consumismo, el
narcisismo vinculado a la publicidad y la imagen, la manipulación en el campo laboral y político, la mercantilización del afecto en el carácter centrado en el orgullo, la desestructuración y la anomia en relación a la avaricia que refuerza el aislamiento social, la obsesión por el dinero (segunda naturaleza que desplaza a la primera), la desafección ante la injusticia, la corrupción asociada al carácter centrado en la gula, entre otros.

Así, por ejemplo, el miedo adquiere especial centralidad en una cultura patriarcal y el autoritarismo es su reflejo colectivo y contra-fóbico, mientras la espontaneidad y la compasión son “mal vistas” bajo el juicio de la cultura patriarcal. La inercia o desidia son tipologías de carácter que se correlacionan con la conformidad o el “espíritu de rebaño” que Nietzsche tanto denostaba. Mientras la mercantilización y prostitución de la vida se asocian al carácter construido sobre el eneatipo de la vanidad. Rabia y lujuria, por otro lado, son rasgos que concurren en exaltar la violencia y la represión en la reproducción del orden vigente. Como lo plantea el propio Naranjo, de lo que se trata es de desentrañar “la organización psicosocial que subyace a nuestras instituciones y formas de vida”, tema que el autor desarrolla en este libro con mayor exhaustividad que en su obra anterior.

A esta altura el lector puede atribuir al autor un tono apocalíptico. Así, por
ejemplo, Naranjo nos habla de “la domesticación del individuo desde la maternidad hasta la sala de televisión.” Un cierto desánimo que evoca los filósofos de la Escuela de Frankfurt, donde la crítica de la modernidad hace referencia a una maquinaria sistémica, fuera de control, que va colonizando cada rincón de la vida de las personas.

Pero el autor es, a la vez que apocalíptico, esperanzado. Echando mano nuevamente a la dialéctica, lo que puede ser contradictorio resulta ser dinámico: al borde de riesgos tan críticos como el calentamiento global o la perversa dupla del terror y contraterror, o de un capitalismo financiero desbocado que inmola la compasión humana en el altar de la utilidad personal, nos vemos forzados a optar. Como advierte el autor, el patriarcado está herido de muerte precisamente por la exacerbación de su destructividad. Y la opción frente a ello no es de medias tintas, sino radical. Al decir de Nietzsche (filósofo que Naranjo cita con frecuencia), algo debe morir para dar vida a algo nuevo. Y lo que debe morir es, ni más ni menos, este ego patriarcal y su constelación histórica.

No obstante, la dialéctica que subyace a la visión del autor no es mecanicista.
No hay automatismo entre la magnitud y proximidad del riesgo, por un lado, y la reacción colectiva para superarlo. De hecho, podemos colapsar. Ninguna mecánica inscrita en la historia nos permite descansar en la idea de una providencia trascendente o inmanente que ya irá haciéndose cargo de salvarnos del abismo. Por lo mismo, es cuestión de responsabilidad y acción humanas: de nosotros, como humanidad, y sobre todo de nuestro trabajo con nuestra propia conciencia, depende propiciar la resolución de la crisis en inflexión hacia un estado más completo, armónico y holístico. “Dependerá, dice el autor, de que trabajemos por nuestra evolución individual y también
colectiva el que nuestro parto colectivo sea viable y más o menos traumático.”

En este punto, donde se exacerban todas las contradicciones, donde la inminencia de la catástrofe pide a gritos un giro en la conciencia, la urgencia del cambio es el mayor desafío. Desde allí la propuesta es liberar tanto el potencial del individuo como de la humanidad, abordando dialécticamente las trabas propias del ego patriarcal para ir revirtiendo una por una hacia una integración sanadora. “Ha nacido este libro, dice Claudio Naranjo, de la convicción de que sólo un cambio de conciencia podrá cambiar el curso de la historia, y más específicamente una transformación masiva de la mente patriarcal en una mente sana, plena y equilibrada.”

Si en una fase precedente del pensamiento de Naranjo, consistente con las expectativas que despertó la era “dionisíaca” y de desarrollo espiritual y psicoterapéutico de los años sesenta y setenta del siglo pasado, se albergaba la esperanza de que la gran transformación sería el efecto casi natural de un número crítico de personas comprometidas con este camino (“confiar en el desarrollo espontáneo de una nueva conciencia”), hoy, señala el autor, enfrentamos una situación distinta (la noche oscura del alma) donde el “efecto catalizador” no parece ya posible. Y en cambio hay que pensar más bien en un “cambio desde la base”. Eso implica saltar, metafórica y literalmente hablando, de la escena de la psicoterapia a la sala de clases.

Por eso, insiste el autor una y otra vez, el paso de la “problemática” a la “resolútica” tiene hoy su nudo giordano en la educación, eje central de propiciamiento de una transformación de los sujetos. La razón es bastante sencilla: la educación es el único espacio absolutamente masivo, sistemático, institucionalizado, donde las nuevas generaciones están sujetas a formas de socialización que van más allá de la “caja negra” del núcleo familiar, y que con políticas sistémicas se puede promover la formación de sujetos distintos. Por supuesto, tarea nada sencilla que empieza por lo irreductible: educar a los educadores para que a su vez eduquen en una perspectiva integrada.

Pero el círculo vicioso es que la educación es fiel reflejo de la sociedad que la
patrocina, y reproduce esa misma sociedad con sus valores y sus sujetos. Una
formación hecha a la medida del ego patriarcal, basada en la autoridad y la obediencia, que inhibe la solidaridad e incentiva la competencia, castra afectivamente a los sujetos para privilegiar su desarrollo intelectual, reprime la vida instintiva, sobredimensiona las capacidades analíticas al precio de inhibir las potencialidades sensoriales e intuitivas.

Como reza un estribillo del autor, “tenemos el mundo que tenemos porque tenemos la educación que tenemos”. Y viceversa. Claudio Naranjo apuesta por transformar radicalmente el sentido y las formas de la educación, como resorte privilegiado para salir de las trampas de la sociedad patriarcal y del ego patriarcal. “Cambiar la educación para cambiar el mundo”, es la proclama y a la vez el título de su libro anterior. La apuesta es enorme. Pero tiene peldaños, método, definiciones. No es una mera moción de buenas intenciones.

El primer peldaño es educar a los educadores. El acopio de décadas anteriores en la revolución de la conciencia debe transferirse ahora al núcleo del proceso educativo en las escuelas. La trayectoria del propio Naranjo y su equipo interdisciplinario ya es un caudal acumulado de saber expuesto a la prueba de la experiencia. Son muchos los profesores que se han formado en los cursos SAT en distintos países del mundo, para retornar a sus salas de clases sabiendo hasta dónde son reproductores y de qué manera pueden ser productores de un cambio en la enseñanza y en los estudiantes. Naranjo propone lo que ya conoce: un conjunto de técnicas aplicadas que permiten dotar a maestros y profesores de habilidades desarrolladas en el campo de la psicoterapia, del movimiento corporal y de las escuelas de desarrollo espiritual. No es utópico, advierte el autor, llevar esta transformación a escala masiva, a un costo manejable, y en un tiempo no demasiado extenso. “Sanar la educación” y desde allí empezar a sanar la conciencia y la sociedad.

¿Y qué significa una educación no patriarcal? La propuesta es compleja y queda al lector leer las páginas de este libro para desentrañarla. Sólo algunos titulares sugerentes para invitar dicha lectura: desarrollar y armonizar el amor en su lado erótico, su lado compasivo y su lado devocional, integrando al padre, la madre y el hijo que hay en cada uno de nosotros. Armonizar la autonomía con la solidaridad, conciliar la lucidez y el desapego con la capacidad dionisíaca y matrística de entrega al misterio de la corriente de la vida. Descriminalizar el placer, recuperar la institividad en su aspecto maternal-empático. Disolver las bases del dominio patriarcal, tales como la represión, el moralismo, la mentalidad policial, la xenofobia, el conformismo, la hipocresía, la avaricia y la codicia. Promover una educación en la escucha y el respeto a los demás, en el igualitarismo y la maduración emocional, en el interés por el bien y por los demás.

El esfuerzo de Claudio Naranjo es enorme en este punto. Busca cuajar lo mejor de las tradiciones espirituales, las técnicas psicoterapéuticas y de conciencia corporal, los aportes de la filosofía y de la pedagogía, para ir formando el “corpus” de una educación que él llama “centrada en la virtud”. El autor no está solo y él lo sabe.
Invoca los aportes de sus predecesores en esta línea de educación holística y
humanizadota: Pastalozzi, Freinet, Dewey, Montessori, Steiner, Whitehead, las escuelas Waldorf, el Movimiento del Potencial Humano, entre otros.

La virtud, claro está, no se entiende aquí en su ascepción moralizante ni en sintonía con las religiones represivas, sino en un sentido más amplio y diverso. Incluye el desafío socrático y kantiano al autoconocimiento, a la libertad de espíritu y a la vez a la solidaridad, a la armonización interior de las partes escindidas, a las bondades de la fusión dionisíaca y la individuación apolíneo, de la compasión cristiana (en su sentido originario) y budista. Invita a desaprender las gruesas capas del ego patriarcal, a habitar en el vacío y en el no-hacer referido por Lao-Tsé y plasmado también en la meditación budista, donde desapego y ecuanimidad, felicidad y serenidad, des-identificación y auto-comprensión, son anverso y reverso: “nada en el mundo es más importante que la conciencia del núcleo vacío de todas las cosas, que es también nuestro yo verdadero y nuestra verdadera identidad”, dice el autor. Una educación para “el pleno desarrollo de nuestra mente y la recuperación de su profundidad perdida”, refuerza Naranjo.

Una educación integradora que haga, pues, de palanca para remontar el hilo de Ariadna, desde el estrangulamiento de la cultura y el ego patriarcal hacia formas de sociedad y de vida más plenas y mejores. Integradora, en varios sentidos: que eduque a la persona entera (equilibrando sus aspectos paternos, maternos y filiales), que integre conocimientos en lugar de parcelarlos, que incorpore elementos de múltiples culturas y tradiciones, y que armonice la teoría con la práctica. Del mismo modo que somos seres
tricerebrados, la educación debe seguir un modelo trifocal o apuntar a conciliar a las tres personas interiores: intelecto, afecto, instinto que corresponden básicamente a la interiorización del padre, de la madre y del hijo. O dicho de otro modo, una educación que sintonice el pensar, el sentir y el hacer.

También plantea el autor una educación que recupere tradiciones religiosas,o
más bien, que movilice cinco sentidos de la religión que nos aportan distintas
tradiciones y que tienen pleno sentido para formar sujetos completos. En palabras del propio autor, se trata de:

“1. La religión de la aspiración ‘hacia el cielo’, expresión de nuestro amor apreciativo que se encamina hacia los ideales.

2. La religión de la benevolencia y la compasión.

3. La religión (dionisíaca) de las libertades, liberación y entrega a la corriente espontánea de la vida.

4. La religión de la vacuidad que cultiva la neutralidad de la que depende la armonía entre nuestras tres personas interiores.

5. La religión del autoconocimiento que entraña un descenso a los infiernos de la psicopatología”.

En otras palabras, el amor devocional, la compasión, la expansión espontánea, la vacuidad de la ecuanimidad y la apertura valiente al autoconocimiento, constituyen disposiciones fundamentales para llevar a los sujetos a trascender sus “patologías de carácter” que precisamente se vinculan al ego patriarcal y a su cultura.

En este punto quisiera destacar la aplicación que el autor ve a la noción, tan
difícil e insabible, de vacuidad o vacío. La idea es que habitar en esa vacuidad (o al menos rondarla, intuirla, aceptarla) nos hace más flexibles y menos reactivos. Al desapegarnos, nos brinda la plasticidad necesaria para no identificarnos compulsivamente con imágenes de nosotros mismos. Por lo mismo, nos hace más libres y creativos, abiertos al cambio, capaces de observarnos y, porqué no, reírnos de nuestros apegos e identificaciones. Como reza el proverbio Sufi: “estar en el mundo pero no ser del mundo”. En un mundo abigarrado por las identificaciones en el consumo, en los roles profesionales, en los juegos de status, en las relaciones de poder y los guiones
familiares, esta des-identificación es tal vez el aprendizaje más difícil, pero el que lleva a cambios más profundos respecto del modelo que hoy agoniza en su propia aceleración.

En estos tiempos en que el mercado transmuta la espiritualidad en ofertón a la carta de la Nueva Era, en que la iluminación y el autoconocimiento se convierten en fetiches de best-sellers y nos hacen muecas histéricas desde los libros de auto-ayuda, en que los aprendices de brujo venden sus instrucciones para la felicidad en diez pasos, donde la moralina y el puritanismo rebrotan como fundamentalismos atávicos o como cruzadas sanitarias, y donde el buscador se publicita como predicador de efectos especiales, resulta casi providencial reencontrarse con la profundidad y sabiduría de Claudio Naranjo. Su libro es a la vez síntesis de su vasto conocimiento multidisciplinario y de su experiencia en el campo de la psicoterapia, la educación, el cultivo del espíritu y el conocimiento más directo de las tradiciones espirituales que pueden inspirar giros copernicanos en la mente y la cultura.

Por cierto, entre todo el ruido de las recetas advenedizas, y todas las hibridaciones de esoterismos y predistigitaciones, la voz autorizada y nada autoritaria de Naranjo vigoriza y alivia al mismo tiempo. Ayuda, precisamente, a catalizar esta multitud de voces dispersas en un horizonte concurrente de interpretación y transformación de nuestro tiempo. No pretende seducirnos con recetas sino devolver los efectos especiales a las raíces esenciales. Y al hacerlo, no está, el propio Naranjo, exento de emociones. En sus propias palabras, “con algo de vértigo pero también con una esperanza apocalíptica.”

 

 

 

 

EXCELENTE!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Y SIN PALABRAS AL IGUAL QUE EL LIBRO.