Por Gilberto Safra – Universidad de San Pablo

El ser humano, a fin de que pueda acontecer y surgir como sí mismo, necesita iniciar su proceso de constitución a partir de una posición, de un lugar. Ese lugar no es un lugar físico, es un lugar en la subjetividad de un otro. No es cierto que por el hecho de que un niño haya nacido, eso garantice que él haya tenido un inicio como un ser participante del mundo humano. Es muy grande el número de personas que viven en el mundo sin pertenecer a él, que viven en él sin que hayan tenido inicio como un ser frente a un otro. Es necesario, para el acontecer humano, que el niño sea recibido y encontrado por un otro humano, que le dé ese lugar, que le proporcione el inicio de sí mismo. No es posible hablar de alguien sin que se hable de un otro.

Winnicott (1951) afirmó que «no existe un bebé sin su madre». Esto señala un principio fundamental para la comprensión del ser humano: no existe el ser humano sin el otro, el ser humano acontece en el mundo. Ese acontecimiento originario inicia al niño en un proceso de temporalización, pues, en el momento en que el niño nace en la subjetividad de alguien, pasa a tener una historia personal. Evidentemente, la historia personal viene precedida de concepciones asentadas en tradiciones, mitos, pero ese momento originario significa que el niño nace en un mundo humano encontrando un sentido de temporalidad, derivado del encuentro de su cuerpo con la corporeidad del otro. Encontramos aquí una aproximación al concepto ruso de sobornost, que afirma que cada ser humano es singularización de toda historia humana. En cada persona acontece el encuentro entre los antepasados, los contemporáneos y aquellos que aún vendrán.

El acontecer humano demanda la presencia de un otro. Las primeras organizaciones psíquicas del bebé, la entrada en la temporalidad, la apertura de la dimensión espacial, la personalización sólo se constituyen y ganan realización por la presencia de alguien significativo. La temporalización se da, inicialmente, por el interjuego entre las personas en el medio ambiente y el niño. Es un tiempo que acontece a partir del ritmo de la corporeidad humana. La presencia humana significa el respirar, la pulsación cardíaca, el ciclo de amamantamiento. Está aquí el aparecimiento del sentido temporal y de la subjetividad. Son ritmos que indican la presencia de un otro, bañan el cuerpo del niño con la presencia humana. El cuerpo del niño, por medio de variaciones de temperaturas, texturas, luces y formas, encuentra en el mismo gesto o en formas estéticas la presencia de sí y la presencia materna. (Safra 1999).

Con eso quiero señalar que el origen de la subjetividad humana se da en ese registro de los intercambios sensoriales que alcanzan el registro de códigos significantes, elementos que indican la presencia humana y que originan el idioma del par madre-bebé. Ese idioma tiene importancia no sólo por ser un campo de codificación, sino también por ser una organización que acontece a lo largo del tiempo. A medida que la experiencia estética de ese par tiene continuidad, el bebé tiene la oportunidad de existir en formas sensoriales, él se torna un ser viviente en el mundo humano. Un niño que aún no dispone de instrumental que le permita intermediar la relación con el mundo a través del campo simbólico es extremamente afectado por los sentidos de temporalidad y por las organizaciones espaciales que le son ofertadas estéticamente.

Hanna Arendt (1958) nos enseña que la realidad del mundo es garantizada por la presencia de los otros. El mundo consiste en las cosas, que deben su existencia a los hombres y que, a su vez, también condicionan a los autores humanos. Así, todo lo que se adentra en el mundo humano se torna parte de la condición humana. El trabajo y su producto, los artefactos humanos, prestan permanencia y durabilidad al carácter efímero del tiempo humano. A cada nacimiento, el nuevo comienzo puede hacerse sentir en el mundo, porque el recién-llegado posee la capacidad de iniciar algo nuevo: actuar. Nos adentramos en el mundo al nacer y lo dejamos al morir. El mundo trasciende la duración de nuestra vida, tanto en el pasado como en el futuro. Él preexistía a nuestra llegada y sobrevivirá a nuestra breve permanencia. El nacimiento humano y la muerte de seres humanos no son acontecimientos simples y naturales, sino que se refieren a un mundo al cual vienen y del cual parten, como individuos únicos, entidades singulares, impermutables e irrepetibles.

En la situación clínica, innumeras veces he oído pacientes hablar de un tipo de sufrimiento de una manera bastante próxima a aquellas formulaciones utilizadas por Arendt para referirse a la condición humana.

Sin duda, se puede afirmar que es preciso entrar en el mundo para que el individuo se sienta vivo y existente, pero tiene que ser de una manera singular y personal. No basta, para la humanización del bebé, que el mundo esté listo con sus estéticas, con sus códigos, con sus mitos. El niño precisa, por su gesto, transformar ese mundo en sí mismo. Es preciso que el mundo, inicialmente, sea el niño mismo, para que éste pueda apropiarse del mundo y compartirlo con otro.

La realidad compartida es construcción de muchos, es campo en que existe la construcción de todos. Con Arendt, podríamos afirmar que la Existencia es lo que aparece a todos.

Por medio de la experiencia de omnipotencia, el bebé crea su madre, y eso le posibilita su entrada en el mundo. Es un momento en que, por su gesto, él recrea el mundo preexistente a su imagen y semejanza, transformándolo, por intermedio de su madre. Este también es el punto en que se constituye la dimensión étnica de su ser, pues, en la medida en que el bebé toma el cuerpo materno como el propio, se organiza según los aspectos étnicos de la comunidad en que nació. Esos elementos étnicos se desarrollan y ganan sofisticación a lo largo del desarrollo, por la convivencia del niño con las personas de su medio ambiente, por la apropiación del ethos, reflejado en la corporeidad, en las emociones y actitudes de esos otros significativos. La situación que no ocurre frente al otro ser humano surge y se esfuma como una mirada desprovista de la realidad del mundo compartido. Este es el punto de partida para que el individuo venga, a lo largo de su historia, a alcanzar los diferentes matices del habitar el mundo compartido con otros.

Con la maduración del bebé humano, en la medida en que la persona camina rumbo al campo social, surge la necesidad de que el individuo pueda articular, al mismo tiempo, la vida privada y la vida social, para encontrar, en el campo social, inserciones que preserven su estilo de ser y su historia. Es el momento de la participación en la sociedad por medio del trabajo, del discurso, de la obra, de la acción política, o sea, de la capacidad creativa aconteciendo en el mundo con los otros. Por la acción creativa en el mundo, el hombre colabora con la durabilidad del mundo y con el proceso histórico de la sociedad.

Simone Weil (1943) tiene colocaciones muy lúcidas con respecto a esas cuestiones. Ella nos enseña que el ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad, que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y cierto presentimiento del futuro. Ella nos alerta para las consecuencias del desenraizamiento, que pueden darse por el desempleo, la mala calidad de situaciones de trabajo, inmigración, falta de instrucción. Para ella, el desenraizamiento es la más peligrosa enfermedad de las sociedades humanas, pues se multiplica a sí misma. Los desenraizados, según ella, sólo tienen dos comportamientos posibles: o caen en una inercia del alma, equivalente a la muerte, o se lanzan en una actividad que perpetúa el desenraizamiento, pudiendo originar situaciones de intensa violencia.

En nuestra época, ese tipo de problemática es bastante serio. Nuestra cultura se manifiesta, en la actualidad, de una manera que ya no refleja más la medida humana. Recrear el mundo y el campo social se torna más complicado, pues, por la invasión de la técnica como factor hegemónico de la organización social, el ser humano sólo raramente encuentra la medida de su ser, de modo que le permita el establecimiento del sentido de sí en cada uno de los niveles de realidad para la constitución y el devenir de su ser.

En los tiempos actuales, los medios de comunicación en masa nos suministran un mundo de informaciones por medio de organizaciones estéticas. La estética de la mass-media está asentada en el mundo de la informática y ella nos presenta una temporalidad cada vez más veloz y más distante del tiempo de la corporeidad y de la subjetividad humanas. La mass-media nos proporciona también el espacio virtual. Son esas perspectivas estéticas que transbordan hacia las diferentes áreas de la vida humana. Es el mundo de la comunicación. Para el ser humano es fundamental la posibilidad de comunicarse con el otro, pero también de no tener comunicación. Es importante, para el hombre, tener visibilidad en el mundo, pero también ocultarse del mundo. El mundo organizado por la digitalización promueve organizaciones estéticas en que las condiciones necesarias para el aparecimiento de la subjetividad humana son rotas.

La ciudadanía, en esta perspectiva, se instaura por la posibilidad que tiene el ser humano de insertar su singularidad por medio de su gesto. Cuál es la porosidad del mundo actual para acoger un gesto que pueda crear lo inédito en el campo de lo mismo? La creatividad celebrada por la mass-media, la mayoría de las veces, seduce al ser humano con lo ya establecido, con una inmanencia sin trascendencia, lo que le lleva al olvido de su gesto, al olvido de sí y de sus raíces. El resultado de ese fenómeno es el aparecimiento de nuevas formas de subjetivación y de la violencia como expresión de fracturas éticas sufridas y no reconocidas por el otro. El arte, la cultura tiene una posibilidad bien fecunda de curar al hombre contemporáneo por medio de una acción resistente que abra la memoria del ethos humano y de su ética.

En la actualidad, testimoniamos innumerables formas de sufrimiento psíquico derivadas de fracturas de la ciudadanía, fracturas de la ética. Sin embargo, cada modalidad de fractura ética exige del profesional un manejo específico de la situación de sufrimiento que pretende cuidar.

A fin de contribuir con la discusión del tema iré a presentar las diferentes formas de sufrimiento psíquico, con potencialidad de generar comportamientos violentos, que he encontrado en la clínica:

1-Humillación: esa situación es derivada de un proceso de exclusión social en que el ser humano es no sólo impedido de participar del campo social como un todo, sino fundamentalmente visto por las personas de las clases dominantes como inferior y despreciable. El resultado es un sentimiento de vergüenza de sí, que interdicta los gestos de la persona y que podrían poner en marcha su devenir con los otros y también la posibilidad de una acción política que pudiera venir a transformar su situación social. Esa condición subjetiva se agrava cuando atraviesa diferentes generaciones, pues, siendo así, el paciente puede ya haber perdido la memoria del evento que originó la humillación. No es raro ese cuadro ser confundido con un problema de narcisismo, lo que constituye un equívoco lamentable. En esos casos, la transferencia establecida en la situación analítica reproduce la experiencia de humillación y frecuentemente el paciente camina en el proceso hasta que un gesto que ponga en cuestión la situación del trabajo pueda venir a ser reconocido como el gesto que busca instaurar la dignidad.

2-Desenraízamiento: Ese fenómeno ocurre cada vez con mayor intensidad en el mundo contemporáneo. El más habitual es considerar que el desenraizamiento acontece en el registro étnico. En verdad, es algo que tiene una amplitud mucho mayor, pues el desenraizamiento ocurre en el registro étnico, en el estético, en el ético.

2.1- El desenraizamiento étnico se da por la pérdida de la conexión con los elementos sensoriales y culturales que remiten el ser humano a la memoria de su origen. Surge aquí un tipo específico de soledad que aparece fenomenológicamente como una imposibilidad de pertenecer y de encontrar sus «iguales». En esos casos, es fundamenta l que el profesional no confunda esa situación con cuadros derivados del uso de mecanismos de tipo esquizoide. Aquí, el analista, en la transferencia, será el mediador posible de la conexión con los elementos que restablezcan la etnia fragmentada.

2.2- El desenraizamiento estético ocurre con frecuencia en el mundo actual. Acontece por el hecho de que las organizaciones estéticas de nuestra época poseen poca relación con la organización corporal humana. El cuerpo demanda organizaciones rítmicas, temporales y espaciales que sean emparentadas con sus ritmos y dimensiones. Organizaciones estéticas excesivamente abstractas, derivadas de la estética de las máquinas o del mundo digital lleva a un tipo de enfermedad vivida como un tipo de enloquecimiento, en que el cuerpo deja de ser un lugar de alojamiento de la psique. Es frecuente, en esos casos, que aparezca en la persona la necesidad de venir a organizar las dimensiones temporales y espaciales en la situación de consulta psicoterapéutica, para poder encontrar la experiencia de descanso, de no-invasión, con la consecuente apropiación del cuerpo como propio.

2.3- El desenraizamiento ético surge en un mundo que no siempre es regido por el respeto y por una responsabilidad por lo humano. La condición humana le informa al niño, antes de cualquier adquisición intelectual, sobre el ethos humano. Todo lo que no esté alineado en esa perspectiva es vivido por el niño como una situación traumática y violenta, pero que no puede ser representada, debido a la inmadurez del niño. Esos niños acaban teniendo una perspectiva de vida desesperanzada, y frecuentemente en la adolescencia adoptam una ideología nihilista, pudiendo desarrollar un comportamiento antisocial. Esas personas necesitan que el profesional sufra con ellas el terror de la violencia que vivenciaron y anhelan que se pueda reconocer que lo que vivieron no fue ético. También aquí cabe resaltar la importancia de no confundir esos casos con una simple depresión afectiva, o con supuestas personalidades constituidas con baja tolerancia a la frustración.

3- Invisibilidad: Esos pacientes viven una experiencia de no ser vistos en el campo social. Se trata de una situación que frecuentemente viene acompañada por el sentimiento de humillación, pero la experiencia de no ser visto gana preponderancia. En nuestro mundo, personas que ocupan posiciones de poco prestigio social, habitualmente, pasan desapercibidas por los otros. El malestar derivado de esa situación es grande, pudiendo generar una desesperanza y amargura, o en casos extremos irrumpir comportamientos violentos como única forma de alcanzar alguna visibilidad. En la clínica, son personas que por haber vivido un impedimento de existir, buscan no ocupar espacio en la situación de la consulta clínica. Algunas veces temen ser vistas por el psicoterapeuta y se molestan cuando se sienten observadas: la fantasía es de estar usufructuando lo indebido.

4-Tecnología opresora: En nuestro tiempo convivimos con un gran desarrollo tecnológico, que si por un lado propició una vida más confortable para el ser humano, por otro llevó a una organización de mundo en que las propias relaciones interhumanas son mediadas tecnológicamente. Existe una abundancia de técnicas varias: pedagógicas, psicológicas, médicas. El niño desde temprano tiende a tener su vida organizada por especialistas, de manera que testimoniamos, hoy en día, niños con agendas tan llenas cuanto un ejecutivo de una multinacional. Encontramos, en la clínica contemporánea, personas que en reacción a un mundo constituido de esa forma, se organizan para fuera del mundo. Aquí vemos surgir una aflicción derivada del hecho de que el ser humano encuentra situaciones de vida que son antihumanas. Por ejemplo: en la actualidad tenemos la presencia de temporalidades antihumanas que rigen la vida humana, porque no tienen resonancia con el ritmo de la corporeidad humana. Hay relaciones humanas que no más son mediadas por códigos humanos, sino mediadas por códigos digitales. Ese fenómeno acarrea un tipo de sufrimiento al ser humano que le astilla su ethos. Cuando un niño se depara con ese tipo de experiencia, se siente atravesado por un enigma, que es enloquecedor. Son subjetividades anti técnicas y sufren por no sentir que participan del mundo humano; por otro lado, no soportan vivir en un mundo que se ha olvidado del gesto simple. Suelen describirse como sombras o espectros. En otro artículo busqué caracterizar ese tipo de problemática y los denominé espectrales. Quien fue aprisionado en una experiencia enigmática se encuentra en una situación que lo encarcela en una experiencia confusional. Necesitan que su relación con el profesional les devuelva a lo simple y a lo originario de la condición humana. Precisan de palabras frescas que les apunte que un decir aún es posible. Muchas veces son confundidos con pacientes esquizoides, pero los espectrales son los profetas de nuestro tiempo. Son aquellos que guardan la memoria de lo humano y la esperanza de un porvenir.

Esas modalidades de sufrimiento pueden enseñarnos mucho sobre los fundamentos de la condición humana, para que podamos estar abiertos a un saber que viene del dolor vivenciado en el mundo contemporáneo y que nos coloca en contacto con los grandes elementos de cura del alma humana: la cultura, lo sagrado, la poesía!

Referencias bibliográficas:

ARENDT, H. (1958). A condición humana. Rio de Janeiro: Forense Universitária, 1997.

SAFRA, G. A face estética do Self. Unimarco: São Paulo, 1999.

WEIL, S. (1943). O enraizamento. In: Bosi, E. (org.). Simone Weil. A condição operária e outros estudos sobre a opressão. Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1996.

WINNICOTT, D. (1951). Objetos e fenômenos transicionais. In: Textos selecionados: da pediatria à psicanálise. Rio de Janeiro: Francisco Alves, 1993.